Quizá el dato más preocupante de los tiempos que vivimos no es que haya llegado a la Casa Blanca un individuo desequilibrado y grotesco como Donald Trump, un presidente cuyas extravagancias y bravuconadas parecerían extraídas de un mal cómic. Lo más preocupante es la naturaleza de estas extravagancias. Con Trump gobierna una camarilla de multimillonarios, una representación explícita del llamado 1%, que hasta ahora se había contentado con manejar tras bambalinas las grandes directrices del poder, sin ejercer el control directo. Por lo general los dueños del dinero preferían dejar en la clase política la gestión de la administración pública y en general de la política, sabiendo que gracias al financiamiento de campañas y a los poderosos lobbies, podían impulsar sus agendas y defender sus intereses.Llama la atención que hayan pasado a la acción directa, sin ningún disimulo ni interés en disfrazar su intención, para desmontar todas las estructuras que durante años la política institucional construyó para paliar la desigualdad y compensar a los menos privilegiados. La élite económica decidió que necesitaba eliminar todo aquello que impidiese la producción y concentración de la riqueza: temas ambientales, programas sociales, protección a minorías, solidaridades internacionales, alianzas y un largo etcétera.Lo más sorprendente es que hayan conseguido llegar a la Casa Blanca gracias al voto popular que, se supone, tendría intereses distintos a los que sostiene este club de millonarios. Grosso modo los que eligieron a Trump no fueron las clases medias y medias altas, sino los sectores trabajadores de las clases medias bajas.Por supuesto que hay una explicación política y sociológica, incluso psicológica, para dar cuenta del atractivo que representa la retórica resentida y nacionalista de Donald Trump a los sectores convencidos de que la vida les debe algo. Como muchos otros analistas, en otros textos lo he abordado, y no pretendo invocarlo en plena semana santa de vacaciones.Pero mirando algunas de las series y películas de más éxito en los tiempos que corren, caigo en cuenta de la creciente fascinación que ejerce en las audiencias el tema de los ultra ricos. La extraordinaria Sucesión, las tres temporadas de White Lotus, La Pareja Perfecta producida y protagonizada por Nicole Kidman, la recién lanzada Vecinos y amigos con Jon Hamm el galán de Mad Men. Lo que todas estas producciones tienen en común es la exhibición de los usos y costumbres de la vida diaria de los dueños del dinero. Una perspectiva antropológica, si se quiere, del tejido de infamias, secretos, celos y ambiciones en el que se desenvuelven los personajes que habitan estos mundos. En el fondo no muy distintos al de otras clases sociales, salvo que pueden magnificar sus miedos, miserias y pasiones gracias a los muchos ceros de sus cuentas bancarias.Elon Musk y Donald Trump.Kevin Lamarque (REUTERS)La vida de los privilegiados siempre ha ejercido una fascinación entre los ciudadanos de a pie. Dallas, la serie sobre una familia de magnates vinculados al petróleo, sentó precedentes y una cauda de imitaciones hace ya casi cincuenta años. Y de alguna manera las novelas sobre la aristocracia constituyeron un género que gozó de cabal salud durante siglos. Pero entre esos textos, o sus versiones televisivas más actuales como Downton Abbey, y la actual cosecha de producciones sobre los millonarios podemos percibir un contraste. Las series que ahora vemos compiten entre sí para mostrar la miseria humana sin contemplaciones que anida en estos individuos distorsionados por el narcisismo y el privilegio. Las producciones de antes constituían una especie de escaparate a la intimidad de los ricos, con todos los claroscuros que ello significa. Ahora, en cambio, se explota el morbo que inspira observar los excesos narcisistas y deshumanizados que producen el lujo y el exceso.Metidos a esa tarea quizá la mejor de todas ellas sea la película El triángulo de la tristeza, del sueco Ruben Ostlund y protagonizada por un elenco encabezado por Woody Harrelson y Harris Dickinson. Un guión construido a partir de la encerrona de una docena de multimillonarios e influencers invitados a un yate de lujo por unos días. Una sátira inteligente e impecable.Me pregunto si la fascinación que ejercen estas vitrinas al supuesto mundo de excesos y contradicciones en el que viven los ultrarricos está emparentado con el morbo que despiertan Trump, Musk y compañía. Los medios (quienes los consumimos) nunca parecen tener suficiente de Trump. Mucho tiene que ver, desde luego, la trascendencia de las decisiones y declaraciones que asume el hombre que ocupa la posición más poderosa del mundo. Pero me parece que, en este magnetismo enfermizo por enterarse de la última baladronada de Trump, también está jugando la fascinación que ejerce la ausencia de límites para lo grotesco y lo desproporcionado. Trump no esconde su crueldad, su absoluta insensibilidad, su naturaleza abusiva. La esencia de su éxito deriva justamente de su éxito; le basta demostrar que tiene la capacidad para salirse con la suya.Justo la característica que exhiben todos los personajes protagonistas de estas series y películas. “Se salen con la suya”. Hasta que dejan de hacerlo, en las producciones de la pantalla por lo menos, y quizá de allí el morbo redimido de parte de los espectadores. Aunque se trata de un consuelo a medias; los ricos también lloran, es cierto, pero al final enjugan lágrimas, pagan facturas, amputan al caído y comienzan frescos la siguiente temporada.Me temo que algo así va a suceder con la caterva de multimillonarios que hoy gobierna la Casa Blanca; fracasarán en sus empeños, sembrarán dolor y miserias a su paso y al final regresarán a lo suyo: asegurar su lugar dentro del 1% por las vías de siempre.@jorgezepedap

‘White Lotus’, Trump y el 1% | Opinión
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