Minutos después del esperado debut de Sarah Burton en Givenchy, en las redes sociales se comentaba que una de las claves del éxito de aquella colección residía en el hecho de que la diseñadora es una mujer. “¿Habéis notado el soplo de aire fresco de tener a una mujer diseñando para mujeres? Nosotros sí”, comentaban en el medio especializado 1Granary. Ya desde que la británica sucediera a su mentor, Alexander McQueen, al frente de la firma tras el fallecimiento de este, Burton le restó ciertas dosis de drama y las sustituyó por ejercicios de sastrería tan precisos como funcionales. Ropa que se podía llevar, no solo admirar. “La fuerza, la vulnerabilidad, la inteligencia emocional… Me interesan todas las facetas de la mujer contemporánea “, explicaba las diseñadoras en las notas del desfile del pasado viernes, unas notas que acompañaba con fotografías de cada diseño y explicaciones de los patrones que daban forma a cada prenda.Ese trabajo de taller, de construcción de la pieza sobre el cuerpo y/o el maniquí funcionó como principal fuente de inspiración: hace unos meses se encontraron escondidos en un armario de la que fue su primera residencia los patrones de la primera colección de Hubert de Givenchy, de 1952. Burton no ha querido actualizarla, como harían otros, sino hablar de su proceso creativo. Por los salones de alta costura de la casa, en la avenida George V, desfilaron modelos con bodies y zapatos planos, chaquetas estructuradas sin parte de abajo o vestidos de fiesta con el cuerpo de rejilla, a modo de forro.Más informaciónLa idea de la prenda en construcción o el estilismo a medio hacer importa aquí más que el diseño terminado y perfeccionado. Burton además adereza este discurso con colores y siluetas visualmente potentes; el logo de la casa estaba presente en varios diseños e incluso había un vestido creado a partir de la superposición de polveras y estuches de sombras de ojos de la línea de maquillaje, porque además de narrar la historia de la confección de cada prenda, la idea última es obviamente venderla. Está por ver si Burton es capaz de resucitar el interés por una firma que lleva estancada en ventas desde la salida Ricardo Tisci, en 2017. Los ingredientes los tiene (funcionalidad, atractivo comercial, opciones para distintos públicos…) pero en la situación actual, con el lujo en recesión por primera vez en décadas, nadie tiene claro, ni siquiera los grandes (Givenchy pertenece al grupo LVMH) qué hace falta para volver a atraer a los clientes a las tiendas.Una de las propuestas de Sarah Burton para Givenchy.Courtesy of GivenchyOcurre lo mismo con el debut de Haider Ackermann en Tom Ford, una firma que lleva años viviendo de la cosmética (de hecho, Estée Lauder es ahora la propietaria, junto al grupo Zegna). El debut del colombiano en la marca durante esta semana de la moda ha sido el desfile más celebrado, y uno de los más brillantes. Ackermann ha sabido hacer suya la poderosa sensualidad de Ford haciéndola dialogar con su uso magistral del color y esa imagen andrógina, casi alienígena, con la que transforma a sus modelos. Además, sabe cómo montar un show, creando una atmósfera de intimidad en la puesta en escena. ¿Será suficiente para devolver la atención mediática (y las ventas) a Tom Ford?Daniel Roseberry ha logrado en estos cinco años que los ojos estén puestos en Schiaparelli, y no era nada fácil. Ahora toca vender. Por eso, y a pesar de que el eje de la enseña propiedad del grupo Tod’s es la alta costura, cada vez se pone más el foco en el pret à porter, en los accesorios y en la producción en serie de las joyas surrealistas que crea el diseñador tejano. Su desfile también hablaba de construcción y procesos, pero de forma mucho más utópica: ¿qué pasaría si las mujeres fueran las que dominaran el mundo?, una cuestión que Roseberry resuelve intentando vestir a las mujeres sin tener en cuenta la mirada y la aprobación masculinas (una idea, afortunadamente, recurrente en esta semana de la moda). Sus modelos llevaban chaquetas de traje con hombreras ampulosas, cinturones, espuelas o pantalones de cuero de cowboy (ese arquetipo de la hombría) que se mezclaban con cinturas ceñidas y escotes palabra de honor. El encorsetado, que en su último desfile de alta costura llevó casi al exceso, aquí se construye de forma mucho más simbólica y se combina de tal forma que adquiere apariencia más liberadora que opresora.FOTO: LAUNCHMETRICSLaunchmetrics.com/spotlightEn Rabanne hace tiempo que no hay ni rastro de esa mirada masculina porque Julien Dossena trabaja el traje femenino como un elemento protector (no hace falta enumerar frente a qué amenazas) y no como una herramienta de seducción en el sentido más clásico del término. Sus modelos llevan botas militares, atrevidas combinaciones de colores, abrigos recubiertos de plástico y vestidos que mezclan encaje y metal. Hace un par de años Dossena comenzó a desvincularse del legado de la firma para la que trabaja para encontrar una voz propia, una peculiar identidad que mezcla lo combativo, lo grunge y lo futurista y cuya unión con el pasado de Rabanne tiene que ver con la experimentación en los materiales: plástico y encaje, pelo sintético y punto, cristales y cuero se mezclaban en una colección que buscaba jugar con opuestos como la suavidad y la dureza, la explosión y la sutileza. Dossena es uno de los mejores diseñadores de su generación. Lleva más de trece años en Rabanne y es ahora cuando por fin su trabajo está adquiriendo la visibilidad que merece. La moda de Rabanne no solo es (o no debería ser) un complemento de su lucrativa línea de fragancias, sino un negocio con una identidad creativa única que merece más atención mediática de la que se le presta.En estas últimas jornadas de desfiles parisinos han mostrado sus colecciones tres de las pocas marcas independientes que no pertenecen a grandes grupos empresariales y que, sin embargo, mantienen sus cuentas anuales más o menos saneadas. Las tres, a su manera, también hablaban de procesos: Yohji Yamamoto trazaba una evolución de la moda del siglo XX narrada desde su punto de vista, es decir, el negro, la superposición de patrones en cada prenda, el peso y la textura. El estudio creativo de Issey Miyake presentaba una bellísima colección a través de la performance del artista austriaco Erwin Wurm: varios bailarines se vestían y desvestían y cambiaban la posición habitual de cada prenda para jugar con el punto de vista y construir la indumentaria de cada modelo de formas inesperadas (pero totalmente prácticas). Rick Owens llamaba a su colección The Concordians porque la fabrica donde produce está en Concordia, Italia. Comenzó a ir alli cada dos o tres meses y acabo comprándose una casa enfrente, porque disfrutaba contemplando el proceso de materialización de sus ideas. Un proceso que, en su caso, no es nada fácil, no solo a nivel formal, también material: en esta colección el cuero se plisa el denim adquiere una apariencia ligera y la seda deshilacha. En un sector donde muchas marcas se les llena la boca hablando de artesanía sin terminar por definir qué es el hecho a mano para cada una, Owens homenajea a la fábrica que materializa (en serie) sus locas ideas. Pocos diseñadores más honestos con su trabajo y su forma de abordarlo.FOTO: LAUNCHMETRICSLaunchmetrics.com/spotlightOwens, Miyake y Yamamoto no necesitan innovar porque, por un lado, no tienen las presiones de un grupo empresarial detrás y, por el otro, hacen una moda tan suya, tan identitaria, que les basta y les sobra con desarrollarla y disfrutar de ese proceso. Su clientela es tan fiel (y los considera, más que una marca de moda, una especie de estilo de vida) que tampoco echan mano de juegos mediáticos para mantenerse. Trabajan con la misma gente y producen siempre en los mismos sitios. Puede que su recurrencia no convierta sus desfiles en los más esperados, pero su forma de hacer las cosas supone un ejemplo modélico en este contexto, cuando los grandes nombres están cambiando a casi todos los directores creativos buscando cómo vender más, pero a veces no mejor.Una modelo en el desfile de Hermés otoño-invierno 2025/2026.Photo: Launchmetrics.com/spotligY en este sentido, Hermés supone la gran excepción. No solo porque es la única (junto a Miu Miu) que ha aumentado facturación en 2023, también porque, aunque haya vendido más, su clave está en el vender mejor. La directora creativa de su línea de prêt à porter, Nadege Vanhee, trabaja a su ritmo y sin la presión de necesitar que sus colecciones se agoten, consciente de que la clave de la marca para la que trabaja está en la artesanía y en los accesorios. Su trabajo va dirigido a demostrar que el lujo más exclusivo puede y debe ser funcional, de ahí que en esta colección, casi toda teñida de varios tonos de negro, muchas de las prendas fueran modulares, es decir, pudieran cambiar de posición los cierres, quitar y poner mangas o cambiar la largura. Seda, napa, punto y terciopelo al servicio de lo práctico. Diseños, como los de Miyake, pensados para cambiar según el punto de vista de quien los lleva, porque el proceso importa tanto como la prenda terminada y ninguna prenda está realmente terminada hasta que le da un sentido propio la persona que la lleva.
