Sin ser las raíces de Pedro Díaz tan profundas como las de un ciprés, le han agarrado al sitio en el que lleva ejerciendo su profesión durante algo más de 40 años. Un lugar ajardinado y granítico en el que la mayoría de la gente que acude lo hace con lágrimas en los ojos y con flores en las manos. Díaz es jardinero de cementerios. Al principio los llantos le imponían, dice que luego se acostumbró. De la flora y sus cuidados no ha hecho más que cultivar nuevos conocimientos día a día.Su interés por la jardinería se remonta a cuando era un niño y veía a sus padres trabajar en el campo. Empezó en el oficio con 17 años, como peón, hoy tiene 60 y es el responsable del equipo de jardineros de los Servicios Funerarios de Madrid, que gestiona 13 cementerios municipales, entre ellos el de La Almudena. La relación de las flores con los cementerios siempre ha sido estrecha. La entrada de La Almudena está precedida por la floristería Hermanas Gómez, pero hay varias alrededor. Cuenta Díaz que los días de los Enamorados, del Padre y de la Madre también se celebran en La Almudena. La gente viene y deposita rosas, crisantemos o claveles junto a las fotografías de los difuntos, sobre la lápida de granito y en el nicho del ser querido y recordado. Hay gente que a los pies de las tumbas han hecho una jardinera en la que han plantado un rosal, romero, tuya o una palmera washingtonia. Los hay que ensartan los ramos en una esponja empapada en agua para que los tallos la absorban y mantengan las flores frescas más tiempo.Más informaciónPero el día grande sigue siendo el de Todos los Santos. Ese día, los previos y los posteriores, el cementerio vive una primavera aunque sea noviembre, que le regala color y fragancia al lugar. Desde hace poco también pueden traer flores los padres que han perdido a su hijo o hija antes del parto o al poco de nacer en el bautizado Parque de las Mariposas. Un lugar de duelo perinatal en el que hay columbarios y una pequeña parcela de tierra en la que esparcir las cenizas, además de una rosaleda blanca sevillana y nandinas, un arbusto perenne de tonos verdosos, rojizos y amarillentos. “La hoja perenne aporta un ambiente visual constante todo el año, en cambio, la hoja caduca hace que durante un tiempo el paisaje quede desprotegido”, explica Díaz.Vista panorámica del cementerio de La Almudena y sus cipreses.Pablo MongeDesde este rincón tan sensible y necesario se puede ver una panorámica del cementerio y descubrir el jardín botánico que alberga entre sus muros repletos de nichos en los que en casi todos hay un búcaro de latón, una especie de florero en forma de cono. Un jardín en el que Díaz cuenta que las flores de temporada son las que trae la gente, salvo los jazmines y rosas que también planta la cuadrilla que él dirige. Confirma que no se planta nada entre medias de los cuarteles ―las manzanas en las que se divide el cementerio― y que se opta por plantas autóctonas que se adaptan al terreno. Las 120 hectáreas de extensión del cementerio de La Almudena (donde hay enterradas entre 3.000 y 5.000 millones de personas) hacen que el trabajo de jardinería sea mucho más de lo que la gente piensa.Él y su cuadrilla tienen que controlar las hierbas que crecen, quitarlas y desbrozar para que las calles entre las sepulturas estén limpias de flores, hojas y rastrojos, una labor que hacen con barredoras y sopladoras, una especie de mochila de la que sale un tubo que expira aire, parecida a la que emplean los Cazafantasmas. Tienen que retirar las flores naturales secas y marchitas y las de plástico deterioradas que hay sobre las lápidas o en el suelo, por el efecto del viento. Tienen que recoger las papeleras, que aquí son grandes tubos cilíndricos amarillos en los que cabe una persona. Segar la pradera, plantar semillas, abonar, hacer tratamientos fitosanitarios de los árboles, podar y llevar un control del arbolado. Todo este trabajo se traduce en una media de cuatro camiones del servicio de recogida de basura a la semana cargados hasta arriba. Un trabajo que para Díaz apenas se diferencia del que se hace en un parque. Para él es una cuestión de mentalidad.Un jardinero del cementerio de La Almudena, en Madrid, recoge hojas con un rastrillo.Pablo MongeEs posible ver cómo los árboles convierten en túneles abovedados algunas avenidas del cementerio, sean de hoja caduca o perenne, además de dar refugio a picapinos, mochuelos y mirtos, pájaros cuya presencia es más sonora que visual. Los plátanos, los castaños, las moreras y las acacias dan pistas de la estación del año. Los cedros, los alcornoques, los mirtos y, sobre todo, los cipreses y su característica forma piramidal hacen que el cementerio luzca un tono verdoso todo el año. La denominada Senda de la Vida es una sucesión de columbarios de suelo decorados por la mencionada nandina, un arbusto que se poda cuando coge cierto volumen para mantenerlo a una altura prudencial.Los cipreses son tan corrientes en un cementerio como las tumbas porque sus raíces, al tender a buscar la humedad a gran profundidad, son muy verticales y no suelen ensanchar a las orillas. Esto hace que no dañen las sepulturas, que suelen estar a unos 2,10 o 2,20 metros de profundidad. Además, como sus ramas no son alargadas, no provocan caídas, y tampoco hace falta casi podarlos. Son lo contrario que el viento, el gran incordio de los jardineros.La nandina del cementerio de La Almudena, en Madrid, un arbusto que se poda cuando coge cierto volumen para mantenerlo a una altura prudencial.Pablo MongeEste paisajismo tiene un efecto visual evidente y otro olfativo. Que el olor de La Almudena (cementerio equipado con un crematorio) sea neutro se debe a sus árboles, arbustos y flores y a cómo está concebido. Está dispuesto sobre una serie de mesetas que permiten que el aire circule y que el sitio esté siempre ventilado. A esto se suma el aroma y frescor de las rosas y los jazmines cuando florecen. Estos últimos, cuando lo hacen, simulan una nevada veraniega sobre la terraza en la que crecen.Lo más extraño que sucede desde hace tiempo en este cementerio, también en otros, además de que haya vida floral y animal, es que la gente lo está adoptando como parque. Hay quien viene aquí a correr, a pasear, solo, en pareja, empujando un carrito de bebé, acompañado de su perro. Vienen a pasar el tiempo por bulevares flanqueados por tumbas, columbarios, nichos y panteones en los que las flores son memoria y vida.

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