Este artículo forma parte de la revista TintaLibre de mayo. Los lectores que deseen suscribirse a EL PAÍS conjuntamente con TintaLibre pueden hacerlo a través de este enlace. Los ya suscriptoras deben consultar la oferta en suscripciones@elpais.es o 914 400 135.Ser mujer es una frustración permanente. Es tener que vivir con una mentira sostenida, un engaño que vivió tu madre antes que tú, tu abuela antes que tú y que sufrirán tus hijas después de ti. El machismo es una mentira flagrante y reeditada una y otro vez sobre el cuerpo de las mujeres. Creemos que se puede vencer con cambios sociales, que las mujeres tenemos más voz que nunca antes, más espacio, mayor poder. Pero al final del día, un poco antes de mandar este texto a TintaLibre, resulta que me paso por el Calzedonia de la Gran Vía madrileña para comprarme unas medias y cuando vuelvo a casa no me queda otra que tirar el texto a la papelera. Porque he descubierto que existe una nueva tendencia que arrasa bajo las faldas de las mujeres del siglo XXI: se llama shapewear y se distribuye de forma masiva. Es por eso, por esta nueva moda, que sin necesidad de pedirlo me han ofrecido unas medias push up que prometen subirme el culo un poco más arriba de donde lo tengo. ¿Por qué necesito tener el culo más alto? ¿Existe alguna relación entre mis ideas y el lugar donde decido mostrar mi culo al mundo? ¿Para qué sirve llevar un tipo de medias que me elevarán los glúteos con el mismo ahínco con que muchos sujetadores me han subido las tetas desde mi adolescencia hasta el bikini del último verano? Es para hacer de mi trasero uno más apetecible, más sexual, más canónico. Podemos hablar de feminismo con la cabeza, con los datos en la mano, con las tasas de mujeres en la universidad, con las cuotas, con la ley del sí es sí y con todo el sentido común que queramos, pero el feminismo hay que escribirlo también con el culo, con las tetas y con el mismísimo coño si queremos expresar una sola idea política. Porque la violencia que sufrimos las mujeres por el hecho de serlo comienza siempre con la hipersexualización del cuerpo, desde la más tierna infancia hasta que se nos considera sexualmente indiferentes, es decir, demasiado maduras o mayores para disfrazarnos de niñitas. ¿Y qué dice mi culo al respecto? ¿Qué medias desea mi trasero? Una parte de mí quiere destrozar esta tienda y otra se pregunta, muy bajito, si realmente se me está cayendo el pandero. El shapewear funciona aquí como una metáfora del tardocapitalismo, empeñado en moldear (y sexualizar) el cuerpo de las mujeres mientras nos promete, al mismo tiempo, mayor libertad que nunca antesCuando llegue a casa googlearé el término shapewear y la primera respuesta del buscador será una cocinada por la IA que dice así: “El shapewear, también conocido como ropa moldeadora, es una prenda interior que moldea y estiliza el cuerpo. Está hecho de materiales elásticos que comprimen zonas específicas”. Por alguna razón que el buscador no me explica, la IA asocia beneficios a esta forma de modificar los cuerpos de las mujeres. Dice que “ayuda a verse y sentirse mejor”. Y yo me pregunto ¿mejor que quién? ¿mejor que yo misma? La IA me está diciendo, sin conocerme de nada, que si consigo que mi culo se vea más prieto me sentiré mejor. ¿Acaso hay algo en la forma de mi cuerpo que está mal? ¿Hay algo en todas nosotras que debe ser moldeado, corregido, reducido? El shapewear funciona aquí como una metáfora del tardocapitalismo, empeñado en moldear (y sexualizar) el cuerpo de las mujeres mientras nos promete, al mismo tiempo, mayor libertad que nunca antes. El problema es que el cuerpo es el espacio de intervención política por excelencia desde la revolución industrial hasta nuestros días. Por eso un sistema que me deja tener las ideas feministas que yo quiera y expresarlas por escrito tan alto como desee pero no me permite (ni a mí ni a ninguna otra) habitar pacíficamente mi cuerpo ni hacer con él lo que me dé la gana es un sistema fallido.Porque es justo aquí, en el mismísimo centro del culo, donde a las mujeres de hoy en día tratan de clavarnos el machismo de siempre. Y es tal la violencia con que se moldea el cuerpo de las mujeres (cara-pecho-nalgas-mentón-labio-pierna…) que una sabe que es mujer porque el cuerpo le duele. El problema es que el pensamiento es en realidad puro cuerpo, pensamos con la carne que habitamos y si mi cuerpo no puede ser libre, esa misma censura se infringirá de una u otra forma a mi pensamiento. Por eso decidí tirar el primer texto que había escrito sobre la hipersexualización de las mujeres en las pantallas, la publicidad, las redes y los medios en el momento en que me planteé lo de las medias push up. Entre los tipos de shapewear la IA distingue fajas, bodys, braguitas, tangas, pantalones y más. Y aunque encuentra varios beneficios a este tipo de ropa, curiosamente la IA no denuncia ningún inconveniente. No dice que genera baja autoestima, conflicto corporal, riesgo de trastornos de la conducta alimentaria, problemas sexuales y miedo ante el espejo. Si compro tabaco me advierten de que perjudica seriamente mi salud, pero cuando me ofrecen moldear mi culo, mi cara, mis pechos, mis labios, mis pómulos, el color de mi pelo, mi estatura, mis poros faciales, mi vello corporal o la textura de mi piel, no hay ninguna advertencia sobre la forma en que podría afectar a mi salud mental, física o intelectual. Dañar el cuerpo es dañar el pensamiento y los sentimientos y todo. Y por eso no sé qué escribir. No se puede escribir sin poner el culo y el coño en el texto. Lo que yo quiero es un push up capaz de elevar las ideas que nacen de mi cuerpo de mujer porque por muy claras y evidentes que estas sean, resulta que la realidad se resiste a dejarse moldear por ellas. El pensamiento avanza, pero el machismo permanece. Porque, aunque cambien las condiciones materiales de vida de la sociedad que habitamos e incluso las ideológicas, sucede que las mentales no varían. ¿Y cuáles son las condiciones mentales? Son las que creen que unas tetas son más femeninas y sexys si llevan un sujetador que las sexualice de una forma patriarcal, convencional y violenta. ¿Que de qué violencia estoy hablando? Se lo diré en verso. “Ese totito siempre huele a coco, se lo muerdo, se lo escupo. Está caliente como si fuera un hot dog. Es una puta en la habitación”. No es mío, es un fragmento de un tema que ha encabezado durante semanas la lista éxitos de España en Spotify. El sexismo se ha agudizado también en las canciones, tal y como muestra el último estudio de la Universitat Pompeu Fabra (UPF). Un estudio que habla de sexismo cuando en realidad lo que cantan las canciones del momento es violencia sexual. No hablan de que las mujeres no leamos libros, no votemos o no lideremos consejos de administración. De lo que hablan es de violarnos. Al mismo tiempo, sé que la mayoría de españolas y de españoles estamos convencidos de que el machismo es una mierda, pero de ahí a que actuemos todos de forma coherente hay un paso de gigante que no terminamos de dar. Condenamos el machismo pero Luis Rubiales besó en la boca a Jennifer Hermoso porque se le puso en la misma entrepierna que se agarró ante los ojos del mundo para celebrar los goles que no eran suyos. No somos un país machista pero el héroe patrio Rafael Nadal dice que “el término feminista se lleva a unos extremos…” y que “la igualdad no consiste en regalar”. No somos machistas pero el sistema judicial que juzga la violencia sexual sí lo es. Yo no soy machista y sin embargo, he mirado los efectos del push up en el culo de la modelo y he pensado que a lo mejor debería apretar un poquito el mío. Al final decido no comprar las medias ni estrenar la falda, estoy enfadada. O puede que triste. Decido pasear para pensar. Echo a andar. Subo por Gran Vía y enfilo Fuencarral, donde me doy de bruces con el espectáculo infantil que ofrece el Sephora, ya saben, la cadena de tiendas de cosméticos y perfumería que vende maquillaje, cuidado de la piel y fragancias para mujeres. Entro y compruebo que lo de las Sephora Kids no es una tendencia de TikTok sino un fenómeno a pie de calle. En la tienda encuentro entre las clientas unas cinco niñas de entre 9 y 12 años comprando productos para sus rutinas faciales. Ahora empiezan pronto a consumir productos de belleza, se inician con mascarillas inocuas, relajantes. Un oso panda sobre fondo rosa puede animar a la compra del primer producto de cuidado facial, por dos euros. Lo llaman cuidado pero en realidad es esclavitud, sometimiento y sexualización facial. ¿Se puede sexualizar un rostro infantil? Se puede y se empieza por la boca, por la misma que pronunciará sus primeras palabras feministas. Todas las niñas son feministas y a todas se les educa la boca para desear unos labios más gruesos, más voluptuosos y siempre más rojos. Le sigue la mirada, el conturing —una técnica de maquillaje que se utiliza para resaltar o disimular zonas como la frente, los pómulos, la nariz, el mentón y la mandíbula— y toda suerte de tutoriales para modificar su expresión. Lo primero que las niñas aprenden a usar es el “corrector”: hay que modificar lunares, pelos, granos, también los poros. Hay que corregir y corregirse, por eso es casi imposible encontrar una adolescente que no quiera cambiar ninguna parte de su cuerpo. De modo que mientras el feminismo sube, la edad a la que las chicas empiezan a inyectarse botox baja drásticamente. Mentes preclaras en cuerpos que se sienten rechazados, inadecuados y mutilados. Sí, por alguna razón que no conseguimos descifrar, aumentan las autolesiones en las adolescentes. ¿Por qué será? ¿Por qué no tendrán las chicas el cuerpo en paz? Existen tantas contradicciones, tanta cosificación y tanto imperativo sexual sobre el cuerpo de las mujeres que a veces pienso que el feminismo necesita fuego, que suban las llamas, ni más palabras ni más artículos, necesitamos huelga y fuego. Deseo por ejemplo quemar todas las bragas shapewear que hay a la venta en la Gran Vía, hacer una pira con los correctores faciales y saltar hogueras con cada vestido, publicidad, espejo o comentario diseñado específicamente para herir el cuerpo de una mujer. Si encendiese una cerilla por cada mensaje que ataca nuestro cuerpo solo en esta calle, la capital se consumiría en llamas. La resistencia no está en las palabras ni en la ideas, la resistencia pasa por defender el cuerpo. Y mi cuerpo, como el de todas, es un cuerpo violento.Salgo del Sephora y echo un vistazo al Subduet, una de las marcas de moda entre el público teen donde el 100% de sus clientas son menores de 25 años. Aquí solo venden tres tallas: 34, 36 y 38 y además son más pequeñas de lo normal… De modo que este tallaje solo permite que compren (y trabajen) aquí una clase de adolescentes: las muy delgadas y las muy enfermas. Aunque aún puede ser peor, un poquito más arriba, en la misma calle Fuencarral, está el Brandy Melville. En esta tienda en vez de tres tallas hay solo una. La corrección política extrema convive pacíficamente con una corrección corporal absoluta. ¿Qué siente una chica cuando no le sirve el pantalón, el culotte del pijama o la camiseta “talla única”? Tal vez alivio cuando descubra la revolución el shapewear. La sociedad puede defender ideas feministas pero por lo visto no es capaz de asumirlas física y sexualmente. Estamos hartas de verlo todos los días, cada vez en más hombres, a menudo en los que fueron aliados y pregoneros del ideario feminista. Ahí está Íñigo Errejón y toda la doctrina que se aprendió, que de nada le sirvió en la cama. Porque de nada sirve saber lo que piensa un hombre si no sabes cuál es el ideario político de su deseo. Y con las sociedades pasa lo mismo que con los tíos. No hay que fijarse en las ideas que defienden sus constituciones sino en la violencia que padecen los cuerpos de las mujeres que las habitan. Toda violencia, decía al principio, procede de una mentira sostenida. Pero, ¿qué puedo hacer con mi ira? A lo largo de la historia hemos visto cómo todo movimiento reivindicativo contra una realidad hostil, acaba adoctrinándose. Me da miedo que el feminismo se convierta en doctrina, que sea una forma de militancia cabreada que desee quemar todo lo que nos daña: la música, los libros, las películas, algunos hombres y, por qué no, también a las mujeres que no encajen con el ideario. La violencia que genera una ideología es inimaginable, incluso cuando es una ideología en la que yo milito. Por eso pregunto ¿es la solución la militancia? ¿es el feminismo la solución al machismo? Desde luego que sí, solo que no basta con la ideología (patriarcal por definición) para asegurar un cambio que exige por primera vez encarnar las ideas. La militancia crea militares y yo no quiero más soldados en mi vida, ni siquiera cuando peleen en mi bando. Las ideas se convierten en banderas cuando no llegan a la piel, al abrazo, al cuerpo engañado, a mis temblorosas nalgas. Existe un tipo de revolución que se da en el cuerpo de cada una y en el de todas y que es imprescindible para cambiar el mundo. El feminismo es una revolución social pero también, obligatoriamente, íntima. Por lo demás, la realidad nos demuestra cómo la sexualización de las mujeres genera violencia y disminuye drásticamente el sexo. Tanto es así que la aplicación para ligar Tinder está siendo remplazada por Bumble, donde son las mujeres quienes dan siempre el primer paso. Entre los matches que surgen en la app entre personas de distinto género, la mujer tiene 24 horas para enviar el primer mensaje, y el hombre tiene 24 horas para responderla. En el caso de los matches entre personas del mismo género, cada una tiene 24 horas para escribir, de lo contrario, el match caducará. ¿Y por qué escribimos nosotras primero? Porque eso implica que nuestro cuerpo no se ofrezca en ningún escaparate, estar implicadas pero no expuestas. Y eso reduce drásticamente el ruido de insultos, agresiones y violencia que cubre el cuerpo de una mujer cada vez que ocupa un espacio público y digital. La violencia sexual es de hecho la peor enemiga del sexo y la diversión. Me pongo los AirPods para continuar el paseo y elijo escuchar lo último de Valeria Castro para calmar la furia. “Tiene que ser más fácil el quererse, no puede el cuerpo ser tan cruel al verse”, canta Valeria. Y mientras tarareo una de las estrofas “Tiene que haber bien cerca una salida, no es eterno estar a la deriva”, sigo nadando por las calles de Madrid. La salida, por ahora, la llevo dentro, me digo. Y cierro mentalmente este texto.

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