Saltar de la universidad a la industria sin renunciar a la ciencia es posible. Entre los primeros experimentos caseros en la cocina familiar, Gonzalo Abellán (Orihuela, 1981) creció con vocación científica, como hijo de profesor de química en secundaria, y también con la pulsión emprendedora. Después de tres lustros dedicado a escudriñar desde la academia los materiales bidimensionales a base de electrólisis, el investigador y profesor titular del Instituto de Ciencia Molecular (ICMol) de la Universitat de València lidera un proyecto que trasciende el laboratorio cristalizando el sueño de dar cuerpo a la experimentación de años. Y sin tener que hacerlo en Alemania, país del que fue repatriado gracias al Plan Gen T.Abellán empezó a sentir que su trabajo académico necesitaba pasar de nivel. “Siempre he sentido la necesidad de explorar el impacto más allá de los artículos científicos”, dice. En el verano de 2023, esa inquietud se concretó en una conversación con un amigo al que le expuso su frustración ante la falta de vías para convertir su investigación en una solución tangible. La respuesta del amigo fue directa: “Conozco a alguien en el colegio de mis hijas que creo que puede ayudarte. Tiene muchísima experiencia en el mundo de la empresa”.Y así nació la criatura. Se llama Matteco, hija del círculo virtuoso de la transferencia tecnológica que conecta la ciencia y la industria, y está consagrada a los catalizadores y electrodos para producir hidrógeno verde low cost, clave para descarbonizar sectores que se resisten a la electrificación. Con la aspiración de mejorar el planeta desde el polo innovador de Paterna, esta es la historia de un encuentro de dos compañeros de viaje a través de una iluminadora videollamada de móvil, y que tiene como coprotagonista a Iker Marcaide (Boston, 1982), cuyo nombre reluce en el emprendimiento valenciano asociado al hito empresarial de PeerTransfer (hoy Flywire) e iniciativas como Zubi Labs.Hijo del astrofísico Jon Marcaide, el ingeniero con alma de empresario formado en el MIT llevaba una década volcado con proyectos de impacto social y ambiental, renunciando a volver a ser CEO de empresa. Pero Matteco rompió tal propósito.“Cuando nos conocimos en persona, aquella noche no pude dormir. Pensaba: ‘Ostras, esto se merece estar en cada rincón del mundo’. Es uno de esos proyectos a los que ves una ventana de oportunidad muy concreta y que requieren profundidad, dedicación e inversión como empresa deeptech basada en ciencia. Y me dije que, si queremos maximizar nuestro impacto, posiblemente el mejor lugar donde dedicar buena parte de mi tiempo es en arrancar esto y ponerlo en velocidad de crucero”, confiesa.Matteco busca resolver uno de los mayores retos de la transición energética, abaratar el coste del hidrógeno verde, a través de unos catalizadores y electrodos que pueden reducir hasta un 30% el consumo energético en la producción. Los electrodos son, en un electrolizador, lo que los microchips en un ordenador: un pequeño componente con un impacto crucial en el rendimiento. Y a la vez, la compañía viene a contradecir la resignación habitual de la academia, que a veces ve más en la colaboración público-privada un eslogan que una realidad transformadora.“Desde la escuela, pasando por la universidad, siempre nos dicen que este no es un país para emprender en tecnología. Y, sin embargo, aquí estamos. El caso de Matteco ha sido una estrategia bottom-up: ha crecido desde la ciencia y ahora retroalimenta el sistema. En otros países la industria y la ciencia caminan juntas. En Alemania, las grandes empresas cofinancian centros de investigación básica. No se entiende una cosa sin la otra”, subraya Abellán, CTO de Matteco.Para Marcaide, el reto de la empresa ha sido salir de su zona de confort. “Este es el primer proyecto que empecé sin tener conocimientos técnicos del producto ni del proceso científico. Y eso ha sido una oportunidad para crear un equipo en el que cada uno aporta lo mejor de sí y nos complementamos”. El equipo de Matteco, de 40 personas y que espera alcanzar el centenar, se aloja en una fábrica de 10.000 metros cuadrados que se inaugurará este año, con capacidad para producir un gigavatio de electrodos y catalizadores, un esfuerzo que no ha pasado desapercibido.En julio de 2024, Matteco anunció su colaboración con el fabricante español Ariema Enerxía en el proyecto EMMA, destinado a desarrollar una nueva generación de electrolizadores alcalinos con una subvención de 1,1 millones de euros dentro del PERTE de Energías Renovables. Al apoyo institucional también se han sumado numerosos galardones, entre ellos el Premio Cinco Días a la Iniciativa Empresarial más Innovadora. Además, en octubre cerró una ronda de financiación Serie A de 15 millones de euros, con el respaldo de Grupo ASV, Napali y Zubi, entre otros inversores de referencia, que dará alas a la capacidad de producción industrial de la planta y a su estrategia internacional.El reto de escalarEl hidrógeno verde es visto como un elemento central en la transición energética de la Unión Europea. Sin embargo, su producción sigue siendo costosa. “Si no logramos reducir esos costes, corremos el riesgo de que se quede en una promesa”, admite Marcaide. Matteco quiere contribuir a que esa promesa se convierta en realidad, y hacerlo desde Valencia no es casual. “La planta de Paterna simboliza esa voluntad de demostrar que se puede innovar desde cualquier lugar y tener un impacto global, pero que se construya desde aquí”.El reto ahora está en escalar. “Este es un proyecto de largo recorrido”, explica el empresario. La compañía espera cerrar más acuerdos internacionales en los próximos meses y consolidar su posición en la cadena de valor del hidrógeno.Abellán insiste en el mensaje que más repite cuando habla con sus colegas de universidad. “No hay que elegir entre la ciencia y la empresa. Se puede investigar y crear valor para la sociedad. La clave es entender que no es una traición a la ciencia, sino otra manera de cumplir su propósito”. Matteco, dicen sus fundadores, es solo el principio.

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