Leo Messi y Novak Djokovic, un mismo idioma. El de la perdurabilidad, el de lo insaciable, el de los récords. Lo infinito. El 10, que apura sus últimos días como futbolista en Miami y sabe cómo se las gastan los fenómenos, que para algo vino él, asiste junto a su mujer a una clase magistral de Nole. Sí, el mismo Nole que hace poco languidecía y perdía a la primera en Doha o Indian Wells, el veterano de casi 38 primaveras al que ahora sí, se decía, le había llegado la hora porque esto es ley de vida y a todo el mundo le captura el tiempo, sin excepción. Sin embargo, Djokovic ha vuelto. Se desconoce hasta cuándo aguantará, si esas piernas, ese chasis de goma y ese apetito eterno le permitirán llegar más o menos lejos, pero no conviene enterrarle. Miami constata un resurgir. Parecía haberse perdido, pero aquí está otra vez, vivito y coleando, clasificado para su octava final en Miami —las mismas que disputó Andre Agassi— gracias al 6-2 y 6-3 (en 1h 09m) obtenido ante Grigor Dimitrov.De nuevo, señora demostración, portentoso al saque; un 87% de primeros que en sus casi 1.400 partidos en la élite nunca había registrado. Está, pues, en disposición de unirse el domingo (21.00, Movistar+) al dúo que alcanzó los 100 títulos, el estadounidense Jimmy Connors (109) y el suizo Roger Federer (103). Solo podrían impedirlo Taylor Fritz o Jakub Mensik, todavía por decidir. Satisfecho pero sin lanzar las campanas al vuelo, de exhibición en exhibición y sin ceder un solo set estos días, el serbio se sitúa nuevamente al borde de lo extraordinario. Inmenso el mérito. Es el finalista de mayor edad en un Masters 1000 y será su 60ª final en la categoría. Le felicita con sinceridad el rival y también amigo, Dimitrov, al que le dura la ilusión los escasos minutos que tarda el de enfrente en calentarse. Poco, muy poco.Más informaciónDjokovic es un tipo inteligente, así que deja que la historia sencillamente fluya. Tiende la trampa del queso y el ratón, de modo que ese comienzo en falso no deja de ser un mero espejismo para Dimitrov, al que de nada le sirve ese break de entrada. A partir de ahí, castigo para el búlgaro. En la línea de seriedad y buen hacer de estos días, Nole cose puntada a puntada la resolución del primer parcial, sin más miga que la de esa china en el zapato que se sacude de inmediato el serbio. Ha cogido Djokovic estos días temperatura y eso es mucho decir. Imponente otra vez en el despliegue, como aquel que no ha olvidado andar en bicicleta, el marchitar de las últimas fechas queda como una secuencia accidental, por lo que sea, días torcidos. El serbio tal vez no tenga la cuerda de antes, pero su dimensión es inigualable.Así que saca el librillo de toda la vida y lo aplica, tocando la pelota como los ángeles. No hay bola sucia. Y a su lapsus le sucede el paso atrás de Dimitrov, que se ve por delante y no se lo cree, se acelera, se encoge él, como si supiera de antemano el final de la película y quisiera que todo pasara rápido, sin dolor, minimizando daños; pesa demasiado ese 12-1 desfavorable de los precedentes. Ofrece el búlgaro una propuesta deliciosa, reveses a una mano que son como caricias e inventiva para dar y regalar, pero este viernes se equivoca, no siente la pelota, enseguida va obstruyéndose. Le dura la alegría del break un suspiro y va deshaciéndose, de error a error y sin primeros. Así, todavía más difícil ante Djokovic. Han transcurrido 32 minutos y el de Belgrado ya le ha roto tres veces el saque y se ha hecho con el set.Messi se fotografía con los aficionados.Rebecca Blackwell (AP)Poco importa el viento que se filtra en la central, de la que desalojan a un individuo fuera de tono que se ha encarado de mala manera con Dimitrov. Pero nada despista al de siempre, flotando, construyendo, dirigiendo a su antojo y abriendo hueco rápido también en la segunda manga. No hay partido. O sí, pero enteramente está en la mano de Nole, que vuelve otra vez a dejar unas cifras sensacionales con el saque, ese gran olvidado, seguramente; muy pocos poseen tantísima colocación, semejante variabilidad. Mareado, decide por fin Dimitrov lanzarse a la red y araña un juego, aplausos y mimos para él de la grada, pero poco más. Esto se va a terminar rápido. Casi una hora de juego y los errores (36) se le caen del bolsillo, mientras que Djokovic (5) vuelve a ejercer como esa máquina perfecta y tan fiable.Parecía no estar, pero está. Su cuerpo ya no admite el trote de antes, pero si tiene alguna idea entre ceja y ceja, no conviene descartarle. Dicen los osados que su 2024 fue malo, pero aquello que más quería, ese oro monumental de París, lo consiguió. Y va a por más, sigue a la carga. Demasiado tentador el 100 como para dejar que se escape. Lo tiene a un paso en Miami, donde precisamente conquistó su primer trofeo de un Masters 1000, allá por 2007, siendo poco menos que un crío. 19 años tenía ese joven algo desgarbado. Dieciocho han transcurrido desde entonces y Djokovic apunta con decisión al centenario, confiado en poder codearse muy pronto con Connors y Federer, en llegar allá donde solo dos tenistas masculinos han llegado. Si algo quiere, raro que no lo atrape. No cede, no aún.De nuevo, una vez más, él al filo de lo extraordinario.

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