En la discusión sobre prohibir canciones dedicadas a criminales —escapo deliberadamente al gelatinoso “apología de la violencia”— hay que incorporar el elemento que rompe el nudo de censura vs. no censura. Hay que hablar de las víctimas, más que de los victimarios.Los vacíos de un Estado endeble son sustituidos por poderes fácticos, actores que en un entorno de aplicación chiclosa de la ley no solo suplen al Gobierno, sino que hacen ostentación de ello; desde ahí, el trecho a la exaltación popular a quien demuestra fuerza es muy corto.El problema en México va más allá de la simpatía por los Robin Hood. Demasiado forajido afamado en un país que lleva siglos sin maduración institucional. O, dicho al revés, termina por simpatizarnos quien toma venganza de los abusos inferidos, entre otros, por el propio Gobierno, o por esos ocurridos debido a la ausencia de orden gubernamental.Querer cancelar los narcocorridos sin que haya justicia, sin que el héroe sea el policía o la juez, es como pelearse con el viento porque esparce el rumor de nuestra incapacidad. Una prohibición así solo añadirá peso a la supuesta leyenda de estos sombríos personajes.El Gobierno de Claudia Sheinbaum debe cambiar de estrategia. Ni siquiera me detengo en su iniciativa sobre temas musicales que promuevan otros contenidos: si llegara a funcionar —no creo, pero da igual— sería una buena noticia, pero no un game changer.La presidenta tiene a mano otro recurso, urgente y de enorme dimensión social. Con su autoridad puede hacer que el tema del debate sean las víctimas de desaparición, de homicidios, secuestros, violaciones, mutilación, despojo, robo, extorsión.Los ensalzados en los corridos no son revolucionarios ni justicieros. Son criminales, gente que construye pequeños o grandes imperios sobre el sufrimiento y el dolor de familias con nombres y apellidos. A estos hay que ponerlos en el escenario, a aquellos en el banquillo.La administración que finca en estadísticas a la baja el argumento del supuesto éxito de su estrategia anticrimen ha de añadir un esfuerzo nada trivial. Pueden seguir con su cantaleta quincenal de datos, pero sin verdad y sin justicia para las víctimas no habrá cambio real.Porque, así suene a verdad de perogrullo luego de casi veinte años de “guerra contra el narco”, mientras haya impunidad estamos condenados a ver cómo al descabezar a células criminales se activa una nueva y sangrienta pugna por hacerse de ese grupo. Con, no pocas veces, el surgimiento aparejado de trovadores que rememoran al rey caído o al nuevo rey.Cortar esa sierra sinfín pasa por la justicia, y esta por brindar a las víctimas la mínima dignidad de buscarlas con recursos del Estado, abrirles carpetas de investigación propias de ese nombre, y hacer a sus deudos el eje de la actuación de ministerios públicos y juzgados.Hay que advertir que un sexenio es insuficiente para subsanar la deuda acumulada; pero que en este, que va naciendo, se pongan los rieles que echen a andar una comisión de la verdad nacional para reconocer cientos de miles de víctimas de la violencia sería un hito.Si el Gobierno se compromete a ello tendrá aliados.La prensa sin duda será uno de ellos. Iniciativas periodísticas como Zona Docs en Jalisco, Quinto Elemento en la capital, y periodistas de distintos medios, desde Animal Político hasta EL PAÍS, pasando por La Jornada, llevan años documentando la tragedia de víctimas a las que, salvo sus más cercanos, nadie les canta.Una protesta por las desapariciones en Jalisco, el 15 de marzo.Roberto Antillón.¿Otro aliado? La academia. Desde los experimentados Sergio Aguayo Quezada en El Colegio de México y Rossana Reguillo en ITESO/UdeG, pasando por la nueva generación representada por Carlos Pérez Ricart en el CIDE, entre muchos otros, hay dónde pedir ayuda.Estarían también los activistas, gente que en carne propia ha padecido y denunciado la podredumbre de eso llamado pomposamente como sistema de procuración de justicia, como María Elena Morera, o gente cuya aportación escapa a clasificaciones como Lisa Sánchez, Marcela Turati, Santiago Aguirre, Eduardo Guerrero.Remontar el arraigo popular que tiene la cultura narca no podrá ocurrir si insistimos en potabilizar a sus protagonistas, permitiéndoles esa mitología donde las víctimas son triplemente invisibilizadas: por el Gobierno, por la sociedad y, qué duda cabe, por los autores del crimen.Si el Gobierno riñe a la prensa o a académicos que denuncian la falta de justicia, si gente como Turati y Aguayo son acosados judicialmente por denunciar corrupción e impunidad, si los gobernadores prefieren prohibir canciones que buscar justicia, el infierno seguirá.Así, en palenques, cantinas, antros, en conciertos con boletos de miles de pesos o en descargas en internet seguirá triunfando la música de los victimarios. Porque si no nos vemos como las víctimas potenciales que somos, así sea en silencio, somos parte de la oda al verdugo.Lo que no se nombra no existe, tal es el lema que acuñó la presidenta en la antesala de Palacio Nacional. Comencemos por nombrar, en un ejercicio institucional sistemático, a las víctimas, y desde ahí reconozcamos que no habrá normalidad posible si no enfrentamos y no hacemos todo lo posible por subsanar su tragedia.No seamos como lo que cuenta Roberto Saviano en Los valientes están solos (Anagrama 2023). Al relatar sobre el coche bomba de la mafia en contra del fiscal Rocco Chinnici, que en julio de 1983 le costó la vida a este, a su portero y escoltas, dejando además 17 heridos, incluidos dos niños, el escritor italiano alerta lo siguiente:“… El verdadero drama no son estas ruinas humeantes. La señal de la derrota no son estos escombros. Hay un drama, sí, el drama de una familia destruida, de un hombre bueno, honesto y servicial que ha sido barrido de la faz de la tierra, hecho pedazos; el de los carabineros de la escolta que llevaban a casa un sueldo del Estado y han sido asesinados también a sangre fría (…), el de los heridos, el de los dos niños, el de las tiendas destrozadas, los cristales rotos, el cráter en el asfalto y los árboles caídos. (…) El verdadero drama es que, mientras el humo se eleva de estas ruinas, mientras el templo envuelto en llamas se hunde con todos los fieles dentro y el hedor de los cuerpos quemados se extiende en forma de nube negra sobre las cabezas de un pueblo desdichado, aún hay quien crea que en esta Babilonia se puede vivir bien, puede buscarse un rinconcito tranquilo, un refugio al que las llamas nunca lleguen y, sí algún día llegan, no pasa nada, bastará con mirar para otra parte”.No creamos que en México se está a salvo de las llamas, que no pasa nada con cantar, entre otras cosas, narcocorridos y ver series de victimarios. Tengamos presente siempre el costo implícito de preferirlos a ellos de protagonistas, por sobre las víctimas.

Las víctimas no tienen quién les cante | Opinión
Shares: