Señoras y señores, con ustedes la familia Geier. David Geier y su padre, un médico de Maryland llamado Mark, son dos conocidos liantes estadounidenses que llevan media vida dando el tueste con que las vacunas causan autismo, lo que daría igual de no ser porque el hijo acaba de ser contratado por Robert F. Kennedy, el secretario de Salud de Donald Trump, para organizar un estudio sobre si las vacunas causan autismo, justamente. Tanto Geier como Kennedy creen que la respuesta es sí, pero los científicos saben que es no, de modo que Geier se ha metido en un buen jardín. O manipula el estudio o contradice a su jefe, y en cualquiera de los dos casos va a acabar abrasado, escaldado, despedido. Qué extraña familia.La murga de las vacunas y el autismo se remonta a un médico británico, Andrew Wakefield, que en 1998 publicó en The Lancet un artículo donde apuntaba a la vacuna triple vírica (sarampión, paperas y rubeola) como una posible causa del autismo. Las tasas de vacunación en el Reino Unido cayeron desde el año siguiente, y el efecto se propagó hasta el otro lado del Atlántico. El periodista de investigación Brian Deer descubrió en 2004 que el doctor Wakefield había cobrado de un abogado que iba a demandar a las farmacéuticas que fabricaban la triple vírica, y que el mismo Wakefield había registrado una patente de su propia vacuna del sarampión.The Lancet retractó el artículo en 2010, y Londres retiró a Wakefield la licencia médica. Un metaanálisis de 2014 reexaminó los datos de 1,3 millones de pacientes sin encontrar el menor indicio de que las vacunas causen autismo, y lo mismo han concluido los demás estudios que se han publicado desde entonces en revistas científicas como Vaccine o el Journal of the American Medical Association. Pero nada de esto parece importar a la familia Geier. Ellos ya saben la verdad, para qué van a andar leyendo investigaciones que no entienden. La verdad es woke, y lo woke es mentira, luego la verdad es mentira.Hace ya 20 años que David Geier y su padre, un médico de Maryland llamado Mark, empezaron a promover la teoría de que la interacción entre el mercurio y la testosterona explicaba los síntomas del autismo. Se apoyaron en unos estudios que habían hecho ellos mismos y que adolecían, según determinó el Instituto de Medicina de Estados Unidos, de graves errores metodológicos. Inasequibles al desaliento como solo un fanático es capaz de serlo, los Geier propusieron tratar a los niños autistas con una inyección diaria de leuprolida, un modulador hormonal que se usa, entre otras cosas, para la castración química de violadores, y cuyos efectos secundarios en niños incluyen daños óseos, cardiacos y neurológicos.Los Geier cobraban 5.000 dólares al mes a los padres que se tragaban el cuento, engañándoles de paso al hacerles creer que la leuprolida era un tratamiento aprobado contra el autismo, cosa que no es en absoluto. El Colegio Médico de Maryland (Maryland Board of Physicians) revocó la licencia del padre. El hijo nunca la tuvo, porque estudió artes, pero se llevó una multa por practicar la medicina sin licencia. Ese es el tipo que va a dirigir un estudio sobre las vacunas y el autismo por encargo del secretario de Salud, Robert F. Kennedy.David Geier y su padre, un médico de Maryland llamado Mark, son el ejemplo perfecto de la América que Trump quiere hacer grande otra vez. No son exactamente malvados, ni exactamente estafadores, ni exactamente nada. Son solo dos ignorantes maniáticos y dañinos. Son justo lo que nadie querría ver en ningún puesto de responsabilidad de su país, ni de ningún país. Son la oscuridad y la espesura, la estepa del intelecto, el pasado, la nada.

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