Tanto Héctor como Tatiana, de 16 años, han tenido malas experiencias en el médico. Son alumnos de segundo de Educación Básica Obligatoria (EBO) del colegio de educación especial Isterria, perteneciente a Fundación Caja Navarra. Héctor se ríe al contar que a los 11 años se escapó cuando iban a vacunarle. “¿Por qué?”, le preguntan. “¿Y por qué no?”, responde. A su lado, Tatiana recuerda que también pasó un mal rato cuando le extrajeron sangre porque tuvo a “seis enfermeras” a su alrededor y no le “encontraban la vena”. Y, mientras lo cuenta, nos muestra uno de los puestos de extracción de sangre del Hospital Universitario de Navarra: “Fue aquí”. Lo está viendo a través de la aplicación Tour Salud 360, diseñada por Isterria para desensibilizar a su alumnado, que tiene diferentes trastornos y discapacidades intelectuales, y lograr que pueda someterse a procedimientos médicos como una vacuna, una revisión dental o un escáner.No es una cuestión baladí. Noelia, de 19 años, tiene un trastorno del espectro autista y “hay pruebas que no le pueden realizar porque le da miedo”, describe su padre, Jorge Vega (Madrid, 45 años). Han tenido que ir tres veces al médico para poder realizarle un electroencefalograma, esencial para descartar la epilepsia. Lo han logrado gracias al trabajo previo del equipo de Isterria. Noelia no ha usado la aplicación, pero Vega cree que va a ser muy beneficiosa para pacientes con perfiles similares. Es una herramienta que se complementa con el pasaporte sanitario (también producido por Isterria) y que, recalca la enfermera del centro María Aragón (Pamplona, 34 años), son útiles “no solo para personas con discapacidad, sino también para población geriátrica con demencia o, por ejemplo, para población de pediatría neurotípica con fobia a sacarse sangre”. Por ahora, la aplicación solo incluye algunos espacios sanitarios, pero aspiran a que Salud incluya los demás y grabe los procedimientos más habituales.Ivan SanJurjo utilizando las gafas con la nueva aplicación Tour Salud 360 junto a Ainhoa Vasquez.Javier HernándezDe la mano de Tatiana y Héctor recorremos el hospital navarro y, en una de las salas de espera, vemos a la orientadora, Alicia, y a la enfermera, María. Mientras, la tutora del aula, Arantxa, les explica que “cuando vas a la consulta tienes que esperar un poquito y luego te llaman”. Ellos tienen una cierta autonomía y las profesionales pueden anticiparles qué es lo que se van a encontrar, pero hay alumnado con necesidades muy específicas con los que es más complicado. La logopeda Laura San Martín (Estella, 46 años) detalla que, en un principio, “intentábamos anticiparles con pictogramas, pero a personas que no tienen comunicación, ¿cómo les haces entender que mañana van a ir al médico?”. Por eso han apostado por la realidad virtual. La aplicación Tour Salud 360 puede utilizarse en un móvil o tablet (es gratuita), pero también con gafas virtuales. En el centro disponen de seis para los 115 estudiantes, con las que trabajan “la desensibilización, otros aprendizajes técnicos y también el disfrute”, cuenta San Martín. A través de las gafas, por ejemplo, escalan el Everest, corren el encierro o experimentan un día en la playa.En esta iniciativa se han invertido más de 6.000 euros, procedentes del Premio Innovación Social que les concedió en 2022 el Gobierno de Navarra. Durante los últimos años han desarrollado otras herramientas, como el pasaporte sanitario, añade el presidente de Fundación Caja Navarra, José Ángel Andrés. La “apuesta por la innovación es fundamental. Son iniciativas pioneras y novedosas con impacto real en la sociedad”. El pasaporte sanitario, explica Aragón, es una hoja de papel en el que se detalla las características del paciente (cómo se comunica, si tiene miedo a que le ausculten) y acciones que pueden ayudar al profesional a gestionar la situación. Por ejemplo, que le atienda sin bata porque le da miedo o que se le permita tener una pelota en la mano porque se relaja. “Tenemos chicos que tienen estereotipias. Hay uno que entra a los centros de salud y empieza a gritar, pero es porque se está regulando”. Las profesionales de Isterria aspiran a que el Servicio Navarro de Salud “digitalice este pasaporte para que el sanitario pueda verlo en la historia clínica y anticiparse”. Al programar la cita sale una alerta y eso permitiría reducir los tiempos de espera y facilitar la atención de personas con desajustes conductuales.La enfermera del centro María Aragón (izquierda) y la logopeda Laura San Martín (derecha).Javier HernándezPor otro lado, las personas con discapacidad intelectual suelen tener “dificultad para expresar qué y dónde les duele”, explica San Martín. Esto se traduce en problemas de diagnóstico, incide Aragón: “Muchas veces, estas personas se desajustan conductualmente y lo primero que hacen es subirles la medicación psiquiátrica. Hay que mirar más allá, descartar primero la salud física”. Cuenta el ejemplo de una alumna “con unos sangrados brutales durante la menstruación. En el periodo de postsangrado, estaba súper irritable y, antes de subirle los fármacos, hicimos una analítica. Pues lo que tenía era una anemia galopante”.Hay más casos, como el del alumno al que “se le había roto la muela y estaba sobremedicado con fármacos psiquiátricos por las conductas que presentaba, ¡pero lo que tenía era dolor! Fue más efectivo el ibuprofeno que todo lo demás”. Ningún profesional se había dado cuenta porque no dejaba que le revisaran la boca. Finalmente, lograron extraérsela en una operación quirúrgica. Para ello, “empezamos a ir al hospital dos semanas antes a almorzar en el jardín. Luego, entramos en el baño de la primera planta y así fuimos haciendo la aproximación”. Asimismo, señala, faltan profesionales sanitarios especialistas en discapacidad mental porque “la metabolización de medicamentos que hacen muchos de ellos no tiene nada que ver con el de la población general. El procesamiento es más lento”.Javier Oto junto a la tutora Arantxa Meca en una aula del centro Isterria.Javier HernándezEn ocasiones, apunta, también falta comprensión. “Si hacemos todo el proceso de desensibilización, pero luego allí no hay colaboración, no hay nada que hacer”, completa San Martín. Lo ejemplifican con el caso de Noelia, que no conseguía hacerse un electroencefalograma: “Entraba, empezaba a gritar y se tenían que ir”. Cuando su padre lo comunicó, empezaron a trabajar con ella. Aragón simuló un casco “con un gorro de piscina rosa con unas cuerdas como las de Bob Marley, colgadas con imperdibles”. Luego, llegó lo más complicado: simular la sensación del gel frío. “Noelia es una persona súper sensorial y al principio tuvo conducta. Poco a poco lo fue tolerando”. El proceso de anticipación duró más de dos meses.“Hay que agradecer a las enfermeras de Neurología porque nos dejaron pasar a los tres ―padre, orientadora y enfermera― con ella”, subraya Aragón. “Le llevamos unos apoyos visuales del procedimiento porque Noelia no tiene la noción de tiempo y necesita tener el control. Le dejaron ver en el móvil de su padre unas canciones que le gustan y le relajan y colaboró en todos los procedimientos. Si ese día solo dejan pasar a su padre y no nos dedican el tiempo que nos dedicaron, hubiera sido imposible”. Lo que aparentemente es una prueba muy sencilla, “para ellos es un mundo”. También lo es para la familia, que sufre. Se nota en la voz de Vega cuando describe “el alivio” que sintió tras la consulta. “Por fin se pudo hacer la prueba y encima, le salió negativo, no había ningún problema”.

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