Cuando una persona se enfrenta a un Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA) cada bocado de comida es una decisión que pesa, cada espejo una sentencia y cada día una lucha silenciosa contra una afección psiquiátrica de la que poco se habla. En Bogotá, miles de personas libran esta guerra contra los TCA, una enfermedad invisible a los ojos de un país que aún no mide su verdadera magnitud. No hay cifras recientes que reflejen el

alcance de esta crisis en Colombia, pero su rastro se percibe en hospitales, hogares y consultas médicas, donde la ayuda llega tarde o, a veces, nunca.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) como enfermedades mentales graves, caracterizadas por patrones alterados en la ingesta de alimentos y una preocupación extrema por el peso y la imagen corporal, lo que puede poner en riesgo la salud física y emocional de quienes los padecen.

Estos afectan mayoritariamente a las mujeres, con una prevalencia del 90 por ciento. No se trata solo de comida, peso o imagen, estas patologías son el resultado de una compleja interacción entre factores genéticos, neurobiológicos, psicológicos y psicosociales.

Acceder a un tratamiento integral sigue siendo un privilegio en Colombia. La falta de servicios especializados y el estigma que los rodea hacen que el diagnóstico temprano y la recuperación sean excepciones, no la norma. Mientras tanto, quienes los padecen enfrentan su enfermedad en soledad en un sistema que aún no comprende la urgencia de salvarlas.

LAS MUJERES QUE PADECEN ANOREXIA TIENEN UN RIESGO DE MUERTE CINCO VECES MAYOR QUE AQUELLAS DE SU MISMA EDAD QUE NO ESTÁN ENFERMAS. LA MAYORÍA DE LOS CASOS DE ANOREXIA DESENECADENAN EN DESNUTRICIÓN Y SUICIDIO.

Ser mujer, ser joven y haber sido víctima de abuso sexual o físico son factores que aumentan el riesgo, según los hallazgos de la última Encuesta Nacional de Salud Mental en Colombia, realizada en 2015. Ha pasado una década desde la última investigación nacional en materia de salud mental, lo que ha generado la inexistencia de políticas públicas, capacitaciones y, por ende, la concientización sobre las consecuencias para miles de colombianos y colombianas, ya que que la Anorexia Nerviosa (AN), la Bulimia Nerviosa (BN) y el Trastorno por Atracón (TA) pueden ser padecidos por personas de todos los géneros, edades, razas y clases sociales.

LA INSATISFACCIÓN CON EL CUERPO

No querer el cuerpo que se tiene, estar inconforme con él. Estas realidades han sido tradicionalmente atribuidas a la imposición de estándares de belleza y estereotipos culturales que privilegian ciertos rasgos físicos por encima de otros considerados menos “atractivos”.

Con la expansión de las redes sociales y el acceso masivo a internet en la última década, estos ideales estéticos se han difundido ampliamente desde el momento en que un niño tiene acceso a cualquier herramienta tecnológica, alcanzando a diversos sectores de la población. La edad media en la que se desarrollan estos trastornos es entre los 12 y 25 años y se estima que un 10 por ciento de adolescentes en Colombia padecen algún TCA. Sin embargo, cada vez se encuentran más casos que tienen una edad de inicio más baja: 8 o 9 años.

Aunque la tendencia a compararse con otros es parte de la naturaleza humana, la promoción de cánones de belleza difíciles de alcanzar, sin regímenes estrictos de ejercicio y alimentación, ha sido señalada como un factor de riesgo para el desarrollo de Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA).

No obstante, en Colombia no existen estudios específicos que examinen la conexión entre la insatisfacción corporal, las redes y los TCA, lo que dificulta la comprensión del panorama actual y la implementación de estrategias de intervención dirigidas a grupos particularmente vulnerables, como los estudiantes universitarios.

La cultura colombiana, reconocida por la promoción de la cirugía plástica y la exaltación de un estereotipo de belleza femenina inalcanzable, impone una presión constante sobre las mujeres. Esta exigencia no sólo se manifiesta en los medios de comunicación, sino también en la vida cotidiana, donde los comentarios sobre el cuerpo femenino comienzan desde la infancia.

Sofía Noriega, psicóloga clínica y máster en Trastornos de la Conducta Alimentaria y Obesidad de la Universidad Europea de Madrid, advierte sobre el impacto psicológico de estos mensajes tempranos. “Frases como ‘a las niñas gorditas solo las quiere la mamá’ evidencian cómo, desde pequeñas, se refuerzan ideas dañinas sobre la apariencia y el valor personal”, señala.

Este tipo de discursos, aunque parezcan inofensivos, siembran la idea de que la aceptación y el afecto dependen del peso y la figura, perpetuando una cultura de inseguridad y autoexigencia extrema.

Según la médica gastroenteróloga Juliana Suárez, el impacto de las redes sociales en los TCA se intensificó durante la pandemia, especialmente entre los jóvenes. “Cada día hay más personas sin formación médica o especializada que intentan dictar normas sobre cómo se debe comer en redes”, advierte. Esta proliferación de mensajes ha generado una sobrecarga de información contradictoria, aumentando la confusión y la ansiedad en torno a la alimentación.

En este contexto, Suárez identifica dos audiencias particularmente vulnerables: quienes ya padecen un TCA y aquellos que presentan señales de alerta y podrían desarrollar uno simplemente al exponerse a ciertos contenidos

“UN VIDEO QUE DEMONIZA EL PAN, OTRO QUE CALIFICA EL AZÚCAR COMO UNA ADICCIÓN, UNO MÁS QUE ALERTA SOBRE EL MERCURIO EN EL PESCADO, EL ARSÉNICO EN EL ARROZ O LOS PESTICIDAS EN LOS VEGETALES. TODO ESTO CREA MIEDO Y DESINFORMACIÓN, LLEVANDO A CONDUCTAS ALIMENTARIAS EXTREMAS”.

Juliana Suárez, gastroenteróloga

Por su parte, la médica psiquiatra Jimena Mayorga considera que las redes sociales tienen un impacto ambiguo en los TCA. Por un lado, pueden ser altamente perjudiciales al reforzar estereotipos dañinos, pero por otro, representan una oportunidad para visibilizar el problema. En los últimos años, muchas personas que han atravesado esta afección han utilizado sus plataformas digitales para compartir sus experiencias.

Aunque algunos critican que esta exposición carece de un respaldo científico sólido, lo cierto es que ha contribuido a poner el tema sobre la mesa. “No es el tipo de conversación que me gustaría porque no siempre está sustentada, pero al menos ya se habla de esto, ya está en el radar”, reflexiona Mayorga.

El problema radica en la sobreexposición a contenidos filtrados y editados, donde los usuarios muestran versiones idealizadas de sí mismos. Además, el auge de tendencias como la thinspiration (inspiración en la delgadez) y el fitspiration (inspiración en cuerpos atléticos) ha promovido conductas extremas para alcanzar estos estándares.

Si bien la creciente conversación sobre los TCA en redes podría percibirse como una moda pasajera, en el fondo representa un paso necesario para derribar tabúes. “Me molesta un poco la superficialidad con la que se trata, pero entiendo que es el preámbulo de un debate más serio”, señala Mayorga. Aunque aún falta mucho por recorrer para consolidar un discurso bien fundamentado, lo importante es que la discusión ha comenzado y que, poco a poco, se avanza hacia una mayor comprensión de los múltiples factores que influyen en el desarrollo de los TCA.

LA CULTURA DE DIETA Y LA GORDOFOBIA
LA CULTURA DE DIETA Y LA GORDOFOBIA

Las dietas tienen una tasa de fracaso del 95 por ciento, lo que significa que la gran mayoría de las personas que las inician no logran mantener el peso perdido. De hecho, hasta dos tercios terminan recuperando más peso del que bajaron inicialmente, según la médica nutrióloga especializada en TCA, Sara Castañeda. “Imagínate que te recetan un medicamento para el asma, pero al 95 por ciento de los pacientes no les funciona y, en dos tercios de los casos, la enfermedad empeora. Seguramente las personas no lo tomarían. Entonces, ¿por qué seguimos creyendo que las dietas son la solución?”, cuestiona la experta. Si las dietas realmente funcionaran, no se hablaría hoy de una “pandemia de la obesidad”.

No todas las personas que hacen dieta desarrollan un Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA), pero los estudios muestran que el 35 por ciento de quienes inician una dieta terminan con una alimentación desordenada y de ese grupo, hasta un 45 por ciento progresa a un TCA. En un estudio de Nielsen se encontró que Colombia sigue la tendencia de modificar sus hábitos alimenticios drásticamente, pues el 39 por ciento de los encuestados evita la grasa, el 35 por ciento trata de consumir menos azúcar, el 20 por ciento lácteos o lactosa y el 18 por ciento carbohidratos.

El papel de la nutrición en los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) ha estado rodeado de controversia. Muchos pacientes relatan que su primer acercamiento a la alimentación restrictiva comenzó en el consultorio de un nutricionista, con la intención de perder peso. Esta percepción ha llevado a la satanización de la profesión, cuando en realidad el problema no radica en la nutrición como ciencia, sino en el enfoque que se ha promovido dentro de la cultura de dieta.

La cultura de dieta, un sistema de creencias que asocia la delgadez con la salud y el éxito ha reforzado la patologización de los cuerpos grandes. Esta perspectiva se sostiene en la idea errónea de que todas las personas con un índice de masa corporal elevado padecen problemas de salud, ignorando que la genética y otros factores biológicos influyen de manera determinante en el peso corporal. De hecho, se estima que solo el 33 por ciento de los cambios en el peso pueden atribuirse a la modificación de hábitos, mientras que el 67 por ciento restante está fuera del control individual. A pesar de la evidencia, la idea de que el peso es un indicador absoluto de salud sigue siendo dominante en los discursos médicos y en la sociedad en general.

“Estamos patologizando cosas que no deberían ser patológicas. La diversidad corporal no es una enfermedad. Sería como decir que quienes calzan entre 40 y 43 tienen un problema médico. Existen personas en cuerpos grandes que están sanas, así como hay personas delgadas con múltiples problemas de salud”, sostiene Castañeda.

Juliana Suárez, médica gastroenteróloga confirma que algunas personas son particularmente vulnerables a estos efectos, como quienes atraviesan crisis emocionales, conflictos familiares o situaciones de estrés intenso. En estos contextos, si un profesional de la salud refuerza la idea de que es necesario bajar de peso, el impacto puede ser aún más perjudicial.

“La consulta médica centrada en el peso, en lugar de en la salud integral, puede convertirse en un detonante. Subirse a la báscula puede ser el momento más incómodo para muchas personas y el juicio sobre su peso puede alejarlas del cuidado médico”, advierte.

Además, muchos de los síntomas que comúnmente se atribuyen a problemas digestivos, como reflujo, estreñimiento, gases o colon irritable, pueden estar relacionados con años de dietas restrictivas. “Con frecuencia, quienes buscan ayuda médica terminan admitiendo, a veces con vergüenza, que han probado múltiples dietas a lo largo de su vida: cetogénica, paleo, low carb, conteo de calorías, entre otras”, señala la especialista. Algunas personas pueden pasar décadas atrapadas en este ciclo, sin darse cuenta de que el verdadero problema no es su falta de voluntad, sino la cultura impositiva en la que se encuentran.

El desafío actual radica en replantear la manera en que se aborda la relación entre salud y peso, promoviendo una visión más inclusiva y basada en la diversidad corporal. Esto implica alejarse de las narrativas que asocian la delgadez con el bienestar y reconocer que un enfoque verdaderamente saludable debe considerar el contexto individual, la alimentación intuitiva y el respeto por el propio cuerpo.

LA FALTA DE DATOS ACTUALIZADOS Y ATENCIÓN ESPECIALIZADA EN COLOMBIA
LA FALTA DE DATOSACTUALIZADOS Y ATENCIÓN ESPECIALIZADA EN COLOMBIA

Este año se cumple una década desde la última Encuesta Nacional de Salud Mental en Colombia y en todo este tiempo el país ha permanecido sin cifras actualizadas sobre los Trastornos de la Conducta Alimentaria y muchas otras afecciones psiquiátricas y psicológicas.

La Anorexia Nerviosa, Bulimia Nerviosa y Trastorno por Atracón no discrimina género, edad, raza o clase social. Son una problemática de salud mental que afecta a miles de personas en América Latina. Sin embargo, su prevalencia varía en comparación con otras regiones como Europa occidental y Estados Unidos.

En el caso latinoamericano, la Anorexia Nerviosa (AN) es menos frecuente, con una tasa aproximada del 0,1 por ciento, mientras que la Bulimia Nerviosa (BN) y el Trastorno por Atracón (TA) presentan cifras más elevadas, alcanzando el 1,16 por ciento y el 3,53 por ciento, respectivamente. En contraste, en países europeos y norteamericanos, la prevalencia de la AN fluctúa entre el 0 por ciento y el 0,9 por ciento, con un promedio del 0,29 por ciento en mujeres jóvenes consideradas de alto riesgo. Lo anterior, con base en un estudio realizado por David Kolar en 2016.

Estas diferencias sugieren que factores biológicos, influencias familiares y culturales, exposición no controlada a medios de comunicación y el autocuestionamiento del cuerpo podrían influir en la manifestación y el desarrollo de los TCA en cada región.

Mientras que en algunas sociedades la presión por la delgadez extrema es un factor predominante, en otras el comportamiento alimentario problemático puede estar más vinculado a patrones de consumo, acceso a alimentos ultraprocesados y la misma educación y tendencias en los entornos sociales.

La ausencia de una nueva encuesta sobre Trastornos de la Conducta Alimentaria en Colombia tiene un impacto profundo en la atención de estos casos, tanto en el sistema de salud pública como en el privado. Sin datos actualizados, la magnitud del problema sigue siendo invisible, lo que impide desarrollar rutas de atención, programas de tratamiento y capacitaciones especializadas para el personal médico.

“No se logra visibilizar la cantidad de pacientes enfermos, ni mucho menos a aquellos que, aunque aún no han desarrollado un TCA, presentan conductas de riesgo y están en una etapa previa a la enfermedad”, explica la psiquiatra Mayorga. La falta de información actualizada significa que muchos profesionales de la salud no cuentan con el entrenamiento adecuado para identificar y abordar estos casos de manera efectiva.

Incluso para médicos con experiencia en psiquiatría o nutrición, la formación en TCA no es un requisito en la educación universitaria.

“Yo llevaba diez años siendo psiquiatra y no sabía cómo diagnosticar correctamente un TCA hasta que me especialicé. Nadie me lo enseñó en la universidad”, señala la experta.

“YO LLEVABA DIEZ AÑOS SIENDO PSIQUIATRA Y NO SABÍA CÓMO DIAGNOSTICAR CORRECTAMENTE UN TCA HASTA QUE ME ESPECIALICÉ. NADIE ME LO ENSEÑÓ EN LA UNIVERSIDAD”

Jimena Mayorga, psiquiatra

El caso es similar a lo que ocurriría con el cáncer de mama si no se realizaran estudios poblacionales: sin datos que evidencien cuántas personas padecen la enfermedad, no habría campañas para la realización de mamografías ni políticas públicas enfocadas en su detección temprana.

Además, si se realizara una nueva encuesta, sería fundamental que incluyera preguntas capaces de detectar señales sutiles, más allá de los síntomas evidentes como la pérdida de peso o los episodios de vómito autoinducido. “El screening debe ser mucho más profundo para identificar comportamientos de riesgo antes de que se conviertan en un trastorno plenamente desarrollado”, advierte la especialista.

Para Sofía Noriega, aunque Colombia cuenta con un sistema de salud sólido, la salud mental sigue siendo un tema tabú en la sociedad. Muchas personas aún consideran que acudir al psicólogo es señal de que “algo está muy mal” o lo asocian con la locura, lo que genera estigmatización y resistencia a buscar ayuda. Decir “voy al psicólogo” aún provoca alarma en ciertos entornos, lo que demuestra la falta de concientización sobre su importancia.

“La diferencia con otros países es notoria. Al realizar mi maestría en Madrid y trabajar en hospitales públicos, me sorprendió ver la existencia de salas de urgencias psiquiátricas, algo que en Colombia no es común. Aquí, quienes requieren atención deben acudir a clínicas especializadas, que en muchos casos tienen costos elevados o están tan estigmatizadas que generan miedo y rechazo”, afirma Noriega.

Tras la pandemia, ha habido avances en la conversación sobre salud mental, ya que el confinamiento agravó diversos trastornos y visibilizó la necesidad de apoyo psicológico. La realidad ha cambiado drásticamente en la última década y más aún después del COVID-19, por lo que es urgente realizar un nuevo estudio que permita dimensionar la situación actual y actuar en consecuencia.

La nutricionista y dietista especializada en TCA, Johanna Losada, cuenta que en Bogotá existe el único centro en Colombia especializado en el manejo de Trastornos de la Conducta Alimentaria con hospitalización. Dependiendo de la gravedad del caso y otros parámetros clínicos, hay diferentes niveles de atención. La consulta externa es la modalidad menos compleja, donde el paciente recibe atención interdisciplinaria por medio de sesiones periódicas con profesionales de la salud sin hospitalización.

Un nivel más intensivo es el ingreso al centro médico todo el día, en el que el paciente pasa varias horas recibiendo acompañamiento terapéutico y, en algunos casos, toma sus comidas bajo supervisión. Aunque en otros países existen unidades residenciales exclusivas para TCA, en Colombia no hay un programa de este tipo.

En algunos casos, los pacientes terminan en centros de tratamiento para adicciones, lo cual no es adecuado, ya que los enfoques para tratar un Trastorno Alimentario y una adicción a sustancias son distintos. La hospitalización completa es el nivel de atención más crítico y se da cuando el compromiso vital del paciente es alto, por lo que requiere estabilización en un hospital, generalmente en compañía de personas con otras condiciones médicas.

“En Bogotá, la existencia de un centro con hospitalización de día es un avance, pero la falta de una unidad residencial exclusiva para TCA sigue siendo una gran limitación”, cuenta Losada. A diferencia de programas de salud oral o educación sexual, que han sido promovidos en colegios por años, no existen campañas activas que eduquen a niños, niñas y adolescentes sobre los Trastornos de la Conducta Alimentaria. Esto representa una oportunidad clave para intervenir desde la infancia y evitar que más personas desarrollen este tipo de condiciones sin acceso a la información y al apoyo necesario.

EL ALTO PRECIO DE RECUPERARSE

Uno de los aspectos fundamentales en el tratamiento de los Trastornos de la Conducta Alimentaria es entender que no se trata solo de la comida. Existe la creencia generalizada de que las personas buscan ayuda únicamente porque tienen dificultades para comer, ya sea por restringir su alimentación o por episodios de ingesta excesiva. Sin embargo, el problema va mucho más allá de eso.

Tal como menciona la psicóloga Sofía Noriega, los TCA pueden compararse con un iceberg: la parte visible son los síntomas evidentes, los que llaman la atención y llevan a alguien a buscar ayuda. Pero debajo de la superficie hay una serie de factores profundos que contribuyen al desarrollo del trastorno. “En psicología, el trabajo no se centra únicamente en modificar los hábitos alimentarios, sino en comprender qué hay detrás de ellos. Factores como experiencias previas, traumas, dinámicas familiares y mecanismos de afrontamiento juegan un papel clave en la relación que una persona establece con la comida”, confirma Noriega.

En Bogotá, el tratamiento interdisciplinario para los Trastornos de la Conducta Alimentaria enfrenta varios obstáculos que limitan su efectividad. Uno de los principales problemas es la falta de oportunidad en el acceso a la atención. La motivación para la recuperación es un factor clave en cualquier enfermedad, pero en los TCA es aún más frágil. Si una persona reconoce que necesita ayuda y busca atención, pero la cita se la dan en 6 meses, es muy probable que para entonces haya perdido la motivación y no continúe con el proceso.

Otro desafío es la falta de integración entre las diferentes disciplinas involucradas en el tratamiento. Un enfoque interdisciplinario implica la participación de psiquiatras, psicólogos, nutricionistas y otros profesionales de la salud que trabajen en conjunto. Sin embargo, en muchos casos, las remisiones son limitadas y los especialistas trabajan de manera aislada, sin comunicación entre sí. Esto fragmenta el tratamiento y lo vuelve ineficaz, pues cada profesional aborda el caso desde su área sin una visión conjunta.

La capacitación constante en este campo es un proceso exigente que requiere años de estudio y actualización, lo que encarece el servicio. Además, el tratamiento para los TCA es intensivo y necesita sesiones frecuentes y prolongadas para ser efectivo. No es posible ver a un paciente durante media hora cada tres meses y esperar buenos resultados. Como consecuencia, los tratamientos eficaces tienen un costo elevado, lo que limita aún más el acceso de muchas personas que lo necesitan.

“Si un paciente es remitido a un psiquiatra de la EPS, es probable que el tiempo de atención sea de apenas 20 o 30 minutos. No se trata de cuestionar la capacidad de los profesionales, sino de reconocer las limitaciones del sistema”, explica la psiquiatra Mayorga. Si, por ejemplo, una persona debe hablar sobre un antecedente de abuso, no es algo que pueda contarse ni trabajarse en una consulta de ese tipo.

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