Siempre se ha creído que el carisma es algo mágico, un poder con lo que te ungen al nacer y al alcance de unos pocos. Para mí es ese campo magnético que tienen algunas personas y que provoca que hagas lo posible por sentarte a su lado en una cena; también es eso que recuerdas con gustirrinín cuando pasan unos días. Resulta que el carisma, sea lo que sea, se puede educar. Olivia Fox, en El mito del carisma, un best seller que tiene ya más de 10 años, defiende esta idea y desmonta esa creencia del carisma como algo recibido sin pedirlo. Todas las personas podemos ser carismáticas, según esta escritora, y quién no querría serlo, cuando es algo que tumba a la belleza. No hay nada más sexy, peligroso e inolvidable que eso tan indescriptible. Fox afirma que hay cuatro tipos: el enfocado, el visionario, el amable y el autoritario, y todos se pueden entrenar. De todos ellos, considero los más fáciles el primero (el que tiene gente que escucha y que a veces se logra simplemente corrigiendo la postura) y el tercero, el que conecta con el corazón. Los carismas visionarios y autoritarios son más complicados de modular, pero los reconozco cuando los veo. Isabelle Huppert los posee.Los niveles de carisma se pueden subir y bajar. Observo tendencias que buscan impactar poco, muy poco, lo justo. Llevan colgado el cartel de “No molestar”. Una de ellas es la manicura old money, es decir, la de color nude o rosa bailarina discretísimo que llevan manos que no necesitan ser demasiado usadas. Es como el old money blonde, el rubio de dinero viejo, que mezcla tonos fríos y cálidos y que cuesta cientos de euros replicar. Tiene también que ver con el auge del gloss, tan formal él, y con el look tranquilo, incluso sin máscara de pestañas. La tendencia del maquillaje old money tiene un par de años (o siglos) y tiene sentido: la aspiración de parecer ricas-de-toda-la-vida no desaparece. Este aspecto se aprecia en una cuenta de Instagram que es como mirar un accidente: @the.aristocrat.club.No me resisto a hacer una lectura política: el miedo a salirse de la norma tiene algo de reaccionario y la urgencia de parecer que tenemos más dinero del que podemos tener conecta con la aporofobia. Eso no me impide reconocer qué bonitos son esos rubios y qué manos más elegantonas hace esa manicura, aunque no sé si son suficientemente atractivos como para que me apetezca sentarme al lado de quien los lleva. Una vez cené junto a alguien que tenía la coleta mejor hecha que he visto nunca y que, además, tenía una conversación chispeante. Esa combinación nunca la he olvidado y cuando me peino así me acuerdo de ella. Ojalá fuera yo un día la persona de la coleta de alguien.El carisma tiene un aliado enorme en el perfume, que es algo que, al ir directo al corazón, es difícil de olvidar. Su categoría es la que más (y más rápido) crece dentro del mundo de la cosmética y el bienestar. Los grandes compran a los pequeños: L’Oréal ha adquirido la marca omaní Amouage y la coreana Borntostandout. Este segmento está revolucionado y eso es una buena noticia. A la industria del perfume, además, no le incomoda nada y abarca todo: lo extremo y lo de-toda-la-vida, lo chocante y lo cómodo. Vuelven los florales (rosa y más rosa) o los chipres, tan old money ellos y “nacidos para no molestar”, como escribía Cortázar en su Casa tomada. Llevo perfume todo el día, hasta cuando solo me huelo yo. Y, a veces, no me importa molestar. Ni molestarme.* Anabel Vázquez es periodista. ¿Sus obsesiones confesas? Las piscinas, los masajes y los juegos de poder.

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