Durante mucho tiempo los animales que infringían las leyes destinadas a los humanos han sido tratados como si fueran seres pensantes. En la Edad Media se juzgaba (a veces incluso con abogados) y ejecutaba a lobos, cerdos, vacas y hasta ratas que habían matado o mutilado a personas. Se suele citar el caso de la cerda de Falaise que en 1386, después de comerse parte de un niño, fue condenada a muerte, entregada al verdugo y, tras vestirla con camisa y pantalones y colocarle una máscara, ahorcada. En parecida lógica, el obispo de Troyes exorcizó en 1516 una plaga de langostas. En realidad no hay que irse tan lejos para encontrar la ejecución de un animal como si fuera un ser humano: en 1903 se electrocutó públicamente en Coney Island (Estados Unidos), en un ambiente digno de La milla verde, a la elefanta de circo Topsy por haber matado a tres personas, incluido su domador, que trató de obligarla a beber whisky; y en 1916 otra paquiderma que mató a su cuidador, conocida como Murderous Mary, la asesina Mary, fue ahorcada con ayuda de una grúa en Tennessee. Hoy en día se sigue eliminando habitualmente a animales salvajes que han matado a seres humanos o se han convertido en una amenaza para ellos. En la lista de ajusticiados hay osos, elefantes y grandes felinos, entre otros. También se los condena a prisión: incluso en cárceles humanas como se hizo con la osa Katya en Kazajistán.Más informaciónA investigar las situaciones en la que entran en conflicto fauna y seres humanos y a profundizar en el debate sobre qué hacer cuando la naturaleza infringe leyes destinadas a las personas, dedica un libro interesantísimo la autora estadounidense Mary Roach (New Hampshire, EE UU, 66 años), Crímenes animales (Capitán Swing, 2025). Roach calcula que 2.000 especies en 200 países cometen de forma regular actos que las enemistan con los humanos. Incluidos delitos graves como asesinato y homicidio, asesinato en serie y agresión con agravantes, y otros menores como robo y allanamiento de morada, sustracción de cadáveres y hurto de pipas de girasol. Otro comportamiento animal conflictivo es cuando cruzan las carreteras sin mirar y pasa lo que pasa.La divulgadora científica Mary Roach

CAPITÁN SWINGRoach, que ha dedicado dos años a investigar y que matiza que desde luego no se trata de crímenes literales, pues los animales no se rigen por leyes sino por instinto, sigue diversos casos que involucran a diferentes especies de fauna (y no solo, también árboles homicidas, que entre 1995 y 2007, al caer, causaron la muerte de casi 400 personas en EE UU). La escritora, una conocida autora de divulgación científica, ha vivido verdaderas aventuras en el curso de su investigación, que incluyó viajar a la India en pos de elefantes criminales, leopardos asesinos (tras la pista de famosas fieras moteadas como la de Rudraprayag que eliminó Jim Corbett, al que cuestiona) y monos delincuentes; rastrear pumas fuera de la ley en California, o documentar cómo se afronta una plaga de ratas invasoras en el Vaticano, y otra de armiños y zarigüeyas en Nueva Zelanda. Vemos a Roach asistir a un curso de formación digno de un CSI Animales para responder a ataques de fauna a humanos y aprender a distinguir heridas a fin de determinar qué especie las ha causado. Aprendemos con ella, estremecidos, que los osos atacan a la cara y a sus víctimas les faltan a menudo la nariz y los labios; que tanto osos como pumas evitan la ropa al comernos, o que una forma de estar seguros de que la muerte fue causada por un animal es buscar rastros de carne de la víctima en las encías del depredador o en sus garras. El análisis de ADN ha servido para liberar a osos inocentes, cuenta Roach (y detener a los verdaderos culpables, a veces humanos). “¿El caso más interesante? Probablemente los monos en la India”, contesta Roach en una entrevista por videoconferencia desde su casa en Oakland, California. “Los macacos roban comida y se han vuelto muy audaces: atacan a la gente por las calles como delincuentes y en 2018 los hospitales de Delhi denunciaron 950 mordeduras”. Un macaco, explica, llegó a entrar en una clínica y se dedicó a arrancar los catéteres de los brazos de los pacientes para sorber la glucosa. La propia Roach se paseó por Bundi, Rajastán, con unos plátanos en la mano para saber qué se sentía al ser atracada por unos monos. “Fue más un hurto que un asalto”, dice comprensiva. Agrava el problema que los monos de los templos sean sagrados. “La gente contrata guardias que llevan otros monos, langures, a los que temen los macacos, para vigilar las casas”. La escritora recuerda que cuando Donald Trump y su mujer Melania visitaron el Taj Mahal en 2020 el dispositivo de seguridad incluía cinco langures anti macacos.Un entrenador de monos transporta a sus mascotas en la ciudad india de Jalandhar, el 5 de enero de 2018.Shammi MEHRA (AFP)Los elefantes son, obviamente, un problema más grande, parte del que ocasiona el conflicto entre vida salvaje y población humana compitiendo por el mismo hábitat. “Aunque parezca increíble, matan de media a 47 personas al año solo en Bengala del Norte, medio millar en toda la India, cuando se internan en las aldeas y los campos para comer lo que encuentran”. Roach, que ha podido compartir jornadas con agentes rurales indios que investigan las muertes de humanos, detalla lo que puede hacer un elefante, sobre todo un macho en must, celo, con una persona (que es horrible, no en balde algunos marajás hicieron adiestrar paquidermos como verdugos). Sin embargo, en India y otros países orientales, especialmente los budistas, se suele perdonar la vida de los animales salvajes homicidas, sobre todo si el ataque es defensivo. “La mentalidad es, como me dijo una mujer, de ‘no los quiero aquí, pero no os vamos a matar, así que namasté e iros”. Los leopardos conflictivos, que llegan a metérsete en la cama, cumplen condena en diversos centros indios.Pero en Occidente, el animal que infringe la ley lo tiene peludo, y valga la frase. No suele haber segundas oportunidades. Roach ha seguido por las calles de Aspen a osos “en actitud criminal” que empezaban a delinquir. “Es muy triste porque se los acabará matando, por prevención”. Sus carreras son parecidas a las de los delincuentes humanos. Comienzan por buscar en los contenedores (el primer paso de su vida delictiva), pequeños hurtos de comida en automóviles estilo Yogui (los osos forzaron 1.100 automóviles entre 2001 y 2007 en EE UU, principalmente monovolúmenes); luego, como hacía el oso llamado Albert el Gordo, pasan a las casas cuando están vacías (en el allanamiento de morada saquean las neveras, y por cierto prefieren los helados Häagen-Dazs a los de marca blanca), y al final se enfrentan a los propietarios y llegan a matarlos. Lo pagan con la pena capital. “Mucha gente tiende hoy a querer alternativas no letales para los osos en medio de esas carreras” —existe un táser, una pistola eléctrica, para animales, probado en alces—, “pero, como me dijo un agente, la tolerancia acaba cuando ves un oso en tu cocina”. La prisión no es una alternativa (los zoos y santuarios están llenos). Mientras que la medida de trasladarlos, que se ha empleado a menudo con los osos —como con otros animales salvajes conflictivos—, “solo hace que cambiar de sitio el problema”.Puma de Florida en el zoo de Tampa. JOEL SARTORERoach señala que hoy en EE UU las posiciones son extremas, “o no se hace nada o se mata radicalmente a los animales”. Como cada vez más gente en su país, la autora considera que la solución no es el uso de fuerza letal sino el compromiso, aunque cuesta implantar la idea porque hay muchas armas y “una actitud muy emocional con el ganado”, víctima habitual de los animales salvajes. Algo, que, acuerda, se ve en la serie Yellowstone, en la que se ejecuta sin miramientos a una manada de lobos protegidos (como la vida imita al arte, Kevin Costner tuvo un problema con un oso en su casa en Aspen). Una de las cosas más interesantes que ha aprendido Roach en su investigación, dice, es lo de la “reproducción compensatoria”. Que significa que cuando se matan muchos individuos de una especie los restantes, aprovechando el vacío y la mayor disponibilidad de comida, compensan produciendo muchas más crías.¿La tendencia contemporánea a humanizar a los animales, dotándolos cada vez de más derechos, no lleva paradójicamente a que podamos exigirles también responsabilidades legales? ¿Volveremos en ese sentido a la Edad Media? “Me parece llevar el tema al absurdo, no puedes pretender que los animales cumplan las leyes o paguen impuestos, ni aunque se los haga simbólicamente propietarios de sus reservas como se ha propuesto para los grandes simios. No es literal. No se pretende que tengan los mismos derechos que los humanos, ni que puedan ser condenados legalmente”.Un oso polar y un cachorro buscan restos de carne en una gran pila de huesos de ballena en la aldea Kaktovik en Alaska, el 15 de octubre de 2024. Lindsey Wasson (AP)Dentro de lo trágico de lo que cuenta Roach, hay mucho humor en su libro. “Es necesario para hacer ameno lo que cuentas, y va muy bien en temas tabúes que he tocado en anteriores ocasiones como el sexo en Bonk: The Curious Coupling of Science and Sex, los cadáveres en Stiff: The curious lives of human cadavers, o la guerra en Grunts: humans at war”. La escritora no tiene reparos en hablar también de asuntos como los excrementos. Recuerda la cantidad que produce un elefante, o que los osos reabsorben la orina y forman un tapón fecal al hibernar. “Y mi capítulo favorito de mi libro sobre los viajes espaciales Packing for Mars es el dedicado a cómo ir al lavabo en gravedad cero”. El humor y la curiosidad la acercan a un autor como Bill Bryson. “Me halaga que me lo digan, lo admiro muchísimo. Recuerdo la casualidad de llegar a Australia y encontrarme lo primero un ejemplar de su libro sobre el país; Bryson me ha inspirado enormemente”. Como le interesa todo, a Roach, cuyo próximo libro, en septiembre, abordará la medicina reparativa del cuerpo humano (Replaceable you: adventures in human nature), le han propuesto escribir sobre asuntos tan especiales como el anticristo. Quizá sea el momento con Trump. La autora ríe: “Sí, tenemos mucho de eso ahora cada día”.La prosa de Roach presenta a ratos tonos líricos. ¿Es devota Mary Roach de sus compatriotas poetas de la naturaleza como Mary Olivier o Annie Dillard? “Soy muy fan de la poesía de Jill Bialosky”. Bialoski (Cleveland, Ohio, 67 años) tiene algunos preciosos versos sobre animales, como estos (de The lucky ones): ”Later we sat under the umbrella and watched a garden snake/ slip into the water, careful not to startle/ its fight-or-flight response. Its barbed-wire/ coil. Comet of danger, serpent of water./ How long we had thwarted the venom of its secrets,/ its lures and seductions./ It swam by arching then releasing/its slithery mercurial form”. (“Más tarde nos sentamos bajo la sombrilla y observamos una serpiente de jardín / deslizarse en el agua, con cuidado de no desatar / su respuesta de lucha o huida. Su alambre de púas / espiral. Cometa de peligro, serpiente de agua. / Cuánto tiempo habíamos frustrado el veneno de sus secretos, / sus señuelos y sus seducciones. / Nadaba arqueándose y luego liberando / su forma resbaladiza y mercurial”).

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