Aquí un dato, en principio, contraintuitivo: las relaciones de poder entre machos y hembras en la naturaleza no son, en absoluto, claras. Durante mucho tiempo se pensó que ellos dominaban socialmente sobre ellas, como regla general, entre los primates. Porque son más grandes, más fuertes, más necesarios para la supervivencia del grupo. Pero esta visión está cada vez más cuestionada por la comunidad científica. Y con argumentos. Un nuevo estudio ha evidenciado que en la mayoría de las poblaciones y especies, ninguno de los sexos se impone claramente al otro. Así cae el mito del dominio de los machos.Más informaciónLos resultados de la investigación se publicaron este lunes en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences. Los autores, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (Alemania) y la Universidad de Montpellier (Francia), recolectaron datos de 253 estudios sobre 121 especies de primates, enfocándose en las interacciones agonísticas —peleas, amenazas, sumisiones— entre machos y hembras adultos, que representan la mitad de todos los enfrentamientos en los grupos sociales de primates. Las conclusiones a las que han llegado los investigadores ayudan a desmontar la idea de que ellos son naturalmente el sexo dominante. Ese falso consenso de que la dominancia masculina es el estado predeterminado entre estos animales parece más bien una excepción. “Las relaciones de poder entre machos y hembras son mucho más flexibles de lo que se suele suponer”, explica Dieter Lukas, uno de los autores que firma el estudio. Entre los hallazgos, se destaca que apenas el 17% de las poblaciones de primates analizadas mostraron una dominancia masculina estricta, mientras que el 13% lo hizo con una dominancia femenina estricta y el 70% con una dominancia compartida o ambigua. “Otros investigadores ya habían empezado a destacar esto en la naturaleza, pero nuestro estudio mostró una gran variación en estas relaciones, donde incluso pueden observarse cambios de poder entre diferentes poblaciones de la misma especie”, añade.La idea de que la dominancia masculina es prácticamente total surgió porque los investigadores en este campo a menudo se guiaban por sus percepciones y expectativas sobre cómo funcionan las relaciones en la naturaleza. Élise Huchard, coautora de la investigación, señala que esto refleja los sesgos humanos y la forma en que son proyectados sobre las relaciones animales. “Es difícil, incluso para los científicos, liberarse de su subjetividad, ya que también estamos influenciados por la sociedad en la que vivimos”, asegura. Pero eso no es todo. Las primeras especies estudiadas por primatólogos —babuinos, macacos, chimpancés— fueron las dominadas por machos. “Durante un tiempo, los investigadores pensaron que estas especies representaban el ‘arquetipo’, hasta que algunos estudios revelaron una diversidad social excepcional”, dice Huchard. Estas investigaciones mostraron que las hembras tienen formas alternativas —a veces más sutiles y pacíficas— mediante las cuales ganar poder. Mientras que los machos obtienen su soberanía mediante la fuerza física y la coerción, el empoderamiento femenino se basa en caminos secundarios, que durante décadas pasaron desaparecidos para el ojo científico.Los motivos de la dominancia La dominancia femenina se observa principalmente en especies donde las hembras son monógamas o de tamaño similar al de los machos, como sucede entre los lémures, los galágidos o los loris perezosos. También cuando son ellas las que tienen el control reproductivo; es decir, control sobre cuándo y con quién aparearse, como sucede entre los bonobos. O cuando no hay infanticidios, lo que ayuda a que la confrontación disminuya. La dominancia masculina, en cambio, se da cuando los machos son bastante más grandes, sus poblaciones han abandonado la vida sobre los árboles, o cuando hay muchas hembras en el grupo y se aparean con varias de ellas. Algunos ejemplos son los babuinos chacma, los chimpancés o los gorilas.“Los principales mecanismos mediante los cuales las hembras ganan poder parecen estar relacionados con su capacidad para elegir con qué machos asociarse y con cuáles aparearse”, enfatiza Lukas. Aunque, en algunos casos, ellas también pueden establecer su soberanía mediante mecanismos agresivos, como ocurre con los bonobos, donde las hembras se unen para multiplicar sus fuerzas y agredir a un solo macho.Algo de todo esto tenía que ver con los humanos: la investigación aporta una nueva pieza al rompecabezas que intenta distinguir entre los componentes biológicos y culturales que han cimentado la desigualdad de género en el Homo sapiens. Por lo pronto, los autores proponen que nuestros ancestros primates no tienen una estructura de poder tan sesgada como se pensaba y donde la dominancia entre machos y hembras es flexible. “Los humanos no formamos parte de un grupo de especies donde el poder esté fijado hacia un solo sexo”, apunta Lukas. Huchard añade: “Nuestra especie está situada dentro de un espectro”. Los humanos mostramos muchas de las características que están presentes en especies en las que las relaciones y el juego de poder están muy matizados. “No creo que exista un solo sistema de desigualdad de género en nuestra especie. Hay enormes diferencias culturales en torno al poder”, afirma Lukas. Lo que sí parece ser seguro es que el histórico desbalance entre los géneros no está determinado por un legado evolutivo.

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