El ingeniero químico Jesús Santamaría cree que los científicos son capaces de asesinar mejor. “Están acostumbrados a observar, a sacar conclusiones. Pueden entender el proceso deductivo de un detective, por tanto, los crímenes que pueden cometer son más interesantes, más difíciles de detectar”, sostiene.―¿Cree que usted sabría matar mejor que otra persona?―Seguro. Con toda seguridad, con toda seguridad.Santamaría, nacido en Burgos hace 66 años, tiene un perfil singular. Está escribiendo su tercera novela negra, sobre una científica asesina en serie, y ha recibido más de cinco millones de euros del Consejo Europeo de Investigación para intentar curar el cáncer. Matar a una persona es sencillo sobre el papel, pero matar solo una parte de sus células, las cancerosas, es el gran desafío de la medicina. Santamaría recalca que nació en 1959, el mismo año en el que el célebre físico estadounidense Richard Feynman dio una conferencia que se considera el hito fundacional de la nanotecnología, la manipulación de la materia a una escala de millonésimas de milímetro. Feynman, uno de los padres de la bomba atómica, mencionó “una idea muy loca” de un amigo suyo. “En una operación quirúrgica sería muy útil que pudieras tragarte al cirujano. Colocas al médico dentro de un vaso sanguíneo, va al corazón y observa el entorno. […] Identifica qué válvula está defectuosa y la opera con un pequeño bisturí”, proclamó el físico.Más informaciónLa idea dejó de ser loca hace mucho tiempo, explica Santamaría en su despacho del Instituto de Nanociencia y Materiales de Aragón, en Zaragoza. La primera nanomedicina, llamada Doxil, se usa desde 1995 para tratar varios tipos de cáncer. Es simplemente un compuesto de quimioterapia ―la doxorrubicina, obtenida de unas bacterias― que se encapsula en esferas de grasa. Las moléculas resultantes tienen un tamaño que hace que den vueltas por la sangre hasta que se encuentran con los poros característicos de los vasos sanguíneos de un tumor, malformados por el rápido crecimiento del cáncer. Con un sencillo truco de nanotecnología, la medicina llega de manera más específica a las zonas enfermas.“Hace justo 30 años de la primera nanomedicina. La gente entonces pensó: ‘Esto es la caña. ¡Ya hemos acabado con el cáncer! Si con un sistema pasivo tonto se puede lograr esto, ¡qué no conseguiremos pegando la medicina a anticuerpos monoclonales [proteínas creadas en el laboratorio para que se dirijan directamente a las células cancerosas]!’. ¿Y qué ha pasado desde entonces? Que el fármaco no llega a las células”, lamenta Santamaría.Jesús Santamaría, en su despacho del Instituto de Nanociencia y Materiales de Aragón, en Zaragoza, el 10 de julio.Rocío BadiolaEl químico alemán Stefan Wilhelm midió la magnitud del fracaso en 2016. Tras revisar todos los experimentos publicados en una década, observó que apenas el 0,7% de la dosis de nanopartículas inyectada a un paciente llegaba realmente al tumor. Ya existen nanofármacos aparentemente excelentes para matar las células cancerosas, pero no llegan a su destino. “Ese es el nudo gordiano. Si lo resolvemos, ya lo tenemos”, proclama Santamaría. El Consejo Europeo de Investigación le acaba de conceder una de sus prestigiosas Ayudas Avanzadas, un presupuesto de 3,1 millones de euros para que intente encontrar una solución al problema. Es su tercera subvención europea de este tipo, un hito que solo han logrado otros cinco científicos en España.El investigador presentó su primera novela negra, Akademeia (Los libros del gato negro), en 2018. En ella, un joven científico español emigra a Estados Unidos para trabajar en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) y se encuentra con una despiadada lucha de egos y un cadáver. “Se suele considerar a los científicos como seres benévolos, dedicados a sus exóticas investigaciones, alejados de las pasiones mundanas. Pero los investigadores son seres humanos, sujetos a las mismas pasiones que el resto y capaces de las mismas tropelías”, advierte el autor en la contraportada.Confinado por la pandemia de covid, escribió su segunda novela negra: Inmortal (Los libros del gato negro), en la que, de nuevo, el protagonista es un investigador español en el MIT, que se enfrenta a un científico mesiánico que ha fundado una nueva religión y busca la inmortalidad. “Son novelas negras puras y duras. Que nadie espere muertos en la primera página. Cuando yo mato a alguien, ya entiendes perfectamente al asesino y estás casi de acuerdo en que lo mate”, afirma el autor entre carcajadas.No es casualidad que el lugar de los crímenes sea el MIT, uno de los templos de la ciencia mundial. Santamaría se metió en política en Aragón en 2003, como director general de Investigación en el Gobierno autonómico de Marcelino Iglesias (PSOE). En 2007, tras su cese, se fue a pasar un año sabático en el MIT bajo las órdenes de Robert Langer, el gurú de la liberación inteligente de fármacos y uno de los mayores inventores de medicamentos del mundo. En 2010, Langer fundó junto a otros colegas la empresa Moderna, que acabaría produciendo una de las primeras vacunas eficaces contra la covid y salvando millones de vidas.Jesús Santamaría, en su laboratorio del Instituto de Nanociencia y Materiales de Aragón, en Zaragoza, el 10 de julio.Rocío BadiolaCon su primera ayuda europea, 1,85 millones de euros en 2011, el equipo de Santamaría desarrolló catalizadores para la industria de hidrocarburos. Con la segunda subvención, casi 2,5 millones en 2017, produjo otros catalizadores que al activarse generan sustancias tóxicas en las células cancerosas, para destruirlas desde dentro: dejándolas sin su alimento ―“Son auténticas yonquis de la glucosa”―, anulando sus moléculas antioxidantes esenciales o suministrándoles fármacos inactivados que se reactivan a voluntad. Santamaría afirma que los resultados en ratones son prometedores, pese a que al sacrificar a los animales tras cada experimento hasta el 98% de las nanopartículas están atrapadas en el hígado, sin alcanzar el tumor.Con su tercera ayuda, de 3,1 millones, Santamaría se enfrentará al nudo gordiano: el propio sistema inmunitario del paciente. La inmensa mayoría de las nanopartículas acaban capturadas por los glóbulos blancos presentes en los vasos sanguíneos del hígado. La primera estrategia de su equipo es diseñar señuelos inocuos que entretengan a esos glóbulos blancos antes de inyectar las nanopartículas curativas. Una vez esquivadas las defensas humanas, habría que llegar al tumor. “Nuestra siguiente estrategia es la del caballo de Troya”, expone, recordando la leyenda de la entrada en la ciudad fortificada gracias a un caballo de madera aparentemente inofensivo, pero lleno de soldados griegos.Las células de los tumores se comunican mediante unas vesículas extracelulares de millonésimas de milímetro. El objetivo final de Santamaría y sus colegas sería tomar una muestra de un cáncer de un paciente, cultivar sus células tumorales en el laboratorio, coger sus vesículas, cargarlas con nanopartículas curativas y reinyectárselas al paciente, previa administración de las partículas señuelo. “Queremos probar el concepto en un ratón con su sistema inmune completo. Si funciona, y en vez de llegar el 1% de las nanopartículas al tumor llega el 50%, se oirán los gritos de alegría desde Madrid. Si lo conseguimos, buscaremos una empresa farmacéutica que quiera participar en los ensayos clínicos en humanos”, detalla Santamaría, también catedrático de la Universidad de Zaragoza.Santamaría está terminando su tercera novela negra, ambientada de nuevo en el MIT. En esta ocasión, una investigadora expulsada injustamente del centro decide vengarse y se convierte en una asesina en serie de editores de revistas científicas. El nanotecnólogo burgalés imagina innovadoras maneras de matar en sus ratos libres, pero dedica su jornada laboral a encontrar la clave que permita exterminar solo las células indeseables de una persona, salvando su vida. “Sería hacer realidad la visión de Feynman de 1959: reducir el tamaño del médico para que entre en nuestro cuerpo, dé vueltas buscando cosas que reparar y las repare”, sentencia.

El científico que sabe cómo matar a una persona, pero quiere eliminar solo una parte de sus células | Ciencia
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