El poeta Eduardo Milán (Rivera, Uruguay, 73 años) ahueca con la mano su oreja, como si quisiera escuchar mejor, pero no, afirma tajante, lo hace para dejar claro que lo suyo son los sonidos. “Soy un tipo totalmente auditivo”, asegura en la cafetería de una hermosa librería en el sur de Ciudad de México, en una mañana de primavera, rodeado de jacarandas en flor. “La música brasileña me ha ayudado totalmente a ser poeta. Por el oído entró Caetano Veloso, Chico Buarque, Gilberto Gil”, afirma el escritor de madre brasileña, cuya cultura lo sedujo por ese sonido sensual y melancólico del portugués. Porque para Milán el sonido de las palabras es clave para crear poesía. Él explora esa tensa relación entre las palabras, el ritmo y hasta los silencios. Ha publicado esta primavera un nuevo poemario titulado Reversura (Elefanta Editorial), en el que ahonda en la belleza del lenguaje, la libertad poética, su condición de extranjero y su relación con la vejez y la muerte. Y también la importancia que ha tenido en su vida la figura de su padre, apresado por apoyar al movimiento tupamaro. Reversura es la palabra elegida por Milán porque le recuerda al momento en que los bueyes terminan la labor de surcar la tierra, una metáfora agropecuaria que en él, uruguayo y poeta, queda perfecta: Milán ara en el lenguaje para hacer brotar la belleza.Pregunta. Usted afirma en uno de sus poemas que le gustan menos las palabras. ¿Por qué?Respuesta. No son las palabras en sí, sino el uso de las palabras, lo que hemos hecho con el lenguaje. Hay un desprecio de las palabras, es un uso meramente instrumental. Cuando uno escribe se enamora del lenguaje. Yo tengo lengua materna brasileña y eso es muy importante, porque si hay un lenguaje que te hace quererlo es el portugués. Como decía Borges, este idioma de artillero que nos tocó, el castellano, es duro. Escuchas a un castellano profesional hablar y esperas que llegue Franco. Cuando ves que hay una lengua que tiene una manera afectuosa de tratar la palabra es maravilloso. Escuchas un fado de Amalia Rodrigues y te desmoronas, esa mujer te mata catando.P. ¿La función del poeta es preservar la palabra de ese mal uso al que hace referencia?R. ¡Es! Pero te diré que esa conciencia se ha perdido para una mayor función extrapoética, que es comunicativa y de vínculo social. La poesía te pide un cuidado especial, que te dediques a ella, no que la utilices para vincularte y ser más o menos simpático, brillante, conquistador, yo qué sé.P. ¿Cómo es su vínculo con ella?R. La edad pesa, gasta. El temor es el natural gasto y el acostumbrarte a que hay deterioros necesarios, tanto en tu vida como en el lenguaje. Terminas aceptando todo, pero sobre todo la duración de tu propia existencia.P. Cita en el poemario a un amigo suyo, que dijo que no hay lenguaje gastado, sino poetas gastados. ¿Qué debe hacer un poeta para evitar ese desgaste?R. Creo que es una guerra perdida. Te gastas sí o sí. Pero puedes intentar mantener el lenguaje lo más vital y lozano posible. El paso del tiempo y el desgaste es una lucha perdida. Pelear contra eso es imposible. Hay vitaminas, hormonas, que mientras tanto nos mantienen vivos, pero no hay que confundirse con el mientras tanto, porque no es más que una manera de recorrer el camino.El poeta uruguayo, Eduardo Milán.Gladys SerranoP. Escribe en el libro que se le olvida aquel joven que fue. ¿Le ayuda la poesía a recordar, a mantener viva la memoria?R. Sin duda. Es infalible. La poesía suena y acompaña a la memoria, que se beneficia del ritmo y la rima sin duda. Y tengo un montón de acontecimientos personales que se concentran en mi poesía.P. “Soñé con Uruguay”, escribe en un poema. Y en otro dice: “Un extranjero nunca debe olvidar que es extranjero”. ¿Cómo ha marcado su trabajo esa condición de extraño?R. México me ha tratado extraordinariamente bien, es un país acogedor. Y creo que lo era un poco más cuando llegué, en 1979. Estaba el antecedente del exilio español, los chilenos, los argentinos. Pero, tal vez por ser de un país tan particular, porque lo pequeño, en vez de diluirse, tiende a diferenciarse, los uruguayos nos sentimos diferentes y por eso la condición de extranjero. Juan Carlos Onetti me dijo que el problema de nosotros es que nos cuidamos como si fuéramos más importantes de lo que somos, pero en el fondo no somos nada.P. Escribe también sobre su padre, condenado a más de 20 años de prisión por oponerse a la dictadura uruguaya. ¿Cómo lo marcó eso?R. Soy huérfano de madre desde que tenía un año y dos meses. Mi madre fue una construcción que hice, porque la figura dominante era mi padre. Yo soy ese tipo de engendro creado por la abuela, que es una cosa insoportable, porque somos más protegidos, porque la abuela da un salto por encima de la ausencia. Mi padre sentaba una perspectiva totalmente vertical y todo venía bien hasta que cae preso por vinculación al movimiento tupamaro. Era gerente de un banco, entrega un asalto y le dan 24 años de cárcel, una de las condenas más largas en Uruguay. A los seis años de detenido, fui a hablar con él y le dije que me tenía que ir, porque en el país no había perspectiva. Aquello fue horrible. Estuvo 12 años preso. Mi padre cayó con 50 años, pero salió entero. Fue un tipo absolutamente marcante.P. Sigue presente en su poesía.R. Siempre. Era una especie de emblema de carácter ético. El tipo se esmeró para ser una especie de modelo. A mí no me interesaba a seguir esa rectitud, pero te diría que en el nivel de importancia fue la persona más importante de mi vida. Pero no olvidemos el plano simbólico: la presencia de mi padre y la ausencia de mi madre.P. Usted, en un poema muy lindo, escribe: “El organismo se hace o casi se hace orgasmo en su último momento”. Y en otro poema asegura: “La vejez gana terreno hasta volverse parca, no habla más”. ¿Le inquieta la muerte?R. Tengo un amigo poeta peruano, Mario Montalbetti, que somos de la edad, como dicen acá. Una vez hablé tanto en un discurso que Mario me dijo: “Pará un poquito, que todavía nos falta el encuentro con lo inexorable”. La muerte es lo inexorable, porque no sabemos nada de eso, pero ahí está, es la condición humana. Es a lo que, en la medida de lo posible, trato de acostumbrarme.

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