Para el príncipe Alwaleed bin Talal (Yeda, Arabia Saudí, 70 años), fundador y presidente de Kingdom Holding, no hay nada tan importante como estar en lo más alto. En 2013, tuvo una disputa con Forbes porque le dejaron fuera del top 10 de los más ricos del mundo. La revista estimó su fortuna en 20.000 millones de dólares, en lugar de los 29.600 que el magnate afirmaba poseer. El príncipe debió sentirse frustrado al comprobar que su palacio de 317 habitaciones, adornado con mármol italiano, sedas orientales y grifos chapados en oro, no era suficiente para demostrar su riqueza. Por suerte para él, dentro de poco, nadie pondrá en duda su lugar en la cúspide.“Hemos vuelto”, anunció Bin Talal en enero en la red social X –de la que es importante accionista, así como de Citibank, Apple y Disney– al confirmar la reanudación de las obras de la Torre de Yeda, paralizadas desde 2018. Con más de 1.000 metros de altura, el rascacielos, financiado por el magnate, está destinado a convertirse en el más alto del mundo, y será la pieza central del ambicioso proyecto Jeddah Economic City. Su objetivo es consolidarse como un símbolo del poder económico saudí y el epicentro de la nueva ciudad financiera de Yeda, a orillas del mar Rojo.Ya se han completado 63 de las 157 plantas previstas, en un edificio que costará unos 1.230 millones de dólares y cuya finalización se calcula para dentro de tres años y medio. Está diseñado por el arquitecto estadounidense Adrian Smith –autor también del Burj Khalifa, hasta hoy la estructura más alta del mundo, con casi 828 metros, en Dubái–. Sus 59 ascensores, suspendidos de cables de fibra de carbono, se desplazarán al doble de velocidad que los convencionales. Además de apartamentos de lujo, incluirá un hotel Four Seasons, espacios de oficinas, tiendas y la plataforma de observación más alta del globo, en el piso 157.Las obras de la Torre de Yeda comenzaron en 2013, pero quedaron paralizadas durante cinco años tras la detención de Bin Talal y Bakr bin Laden, presidente del Grupo Saudi Binladin, principal contratista de la construcción. Ambos fueron arrestados en el marco de la campaña anticorrupción liderada por el príncipe heredero, Mohamed bin Salmán, que resultó en el encarcelamiento de 381 figuras clave del poder saudí en el hotel Ritz-Carlton de Riad. Bin Talal, nunca reveló cuánto pagó por su libertad.El magnate no pasó su infancia en los fastuosos palacios de Riad, como cabría suponer, sino en los de Beirut. A los cinco años, sus padres se separaron. Mientras su progenitor regresó a Arabia Saudí, él se quedó en Líbano con su madre. El ambiente de la aristocracia del país distaba mucho del estricto conservadurismo saudí. Durante sus primeros años, Bin Talal forjó un vínculo muy profundo con su madre y sus dos hermanas menores.Su ingreso en la academia militar supuso un choque radical: dejó la libertad de Beirut para someterse a la férrea disciplina saudí. Al principio la detestó, pero con el tiempo admitió que le ayudó a forjar su independencia y a entender la importancia de la estrategia y la perseverancia. “Trabajar para el príncipe no es un trabajo, es un estilo de vida”, comentó uno de sus empleados. “O te adaptas o no sobrevives. Él no tolera fracasos en sus negocios”.Después de graduarse en Administración de Empresas en Menlo College (California), regresó a Arabia Saudí en 1979 con la determinación de forjar su propia fortuna. Su padre le prestó 30.000 dólares y le cedió una pequeña oficina de cuatro despachos. Al cabo de unos meses, se quedó sin fondos y pidió 300.000 dólares al Saudi American Bank (filial de Citibank), hipotecando la casa que su padre le había regalado.Durante los años 80, Arabia Saudí experimentó un auge económico gracias a los ingresos petroleros. Bin Talal aprovechó ese contexto para invertir en bienes raíces: compraba terrenos y propiedades a bajo coste, los alquilaba y reinvertía sus ganancias en nuevas adquisiciones, lo que le permitió multiplicar su capital con rapidez.A finales de la década, inició su expansión internacional. En 1991, durante la crisis bancaria de EE UU, el magnate hizo una de las inversiones más arriesgadas y rentables de su carrera. Cuando casi nadie creía en la recuperación de Citibank, inyectó 590 millones de dólares y adquirió cerca del 15% de la entidad. Fue un éxito rotundo. En los años siguientes, se recuperó, su valor bursátil aumentó y la inversión de Bin Talal se disparó. Desde entonces, su estrategia se ha basado en detectar empresas en apuros, inyectar capital y esperar su recuperación.Desde Kingdom Holding, sus inversiones han sido diversas. En 1994, adquirió hasta un 24% de Euro Disney, aunque redujo su participación antes de que Disney tomara el control total en 2017. En tecnología, apostó temprano por Apple y en 2011 invirtió 300 millones de dólares en Twitter, manteniendo su participación incluso tras la compra de la plataforma por Elon Musk en 2022. En hotelería, posee acciones en Four Seasons, el Plaza Hotel de Nueva York, el Savoy de Londres y otros grandes grupos como Fairmont y AccorHotels. También es dueño del Rotana Group, el mayor conglomerado de medios del mundo árabe, y accionista de la aerolínea Flynas.Hoy, según el Índice de Multimillonarios de Bloomberg, Alwaleed ocupa la posición 142 del mundo. Es el crepúsculo de su riqueza. El príncipe, como tantos otros deportistas en los últimos tiempos, terminará su carrera en Arabia Saudí. Por suerte no tendrá que desplazarse: ya está ahí y, dentro de poco, su torre también.El capricho que no despegóBin Talal encargó un Airbus A380 personalizado, descrito como un “palacio en el aire”, con una sala de conciertos, un trono y un garaje para su Rolls-Royce. Valorado en 500 millones de dólares, el proyecto nunca se materializó. Aún le quedaba un Boeing 747 privado, equipado con salones dorados y dormitorios de lujo.

Alwaleed bin Talal: El príncipe que construirá la torre más alta del mundo | Opinión
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