Cuando Horrara Moreira habla de Inteligencia Artificial (IA), una de las primeras cosas que hace es bajar los humos y anclar los pies en el suelo. En sus charlas suele ironizar con las imágenes de relucientes robots tocando pantallas suspendidas en el aire que Hollywood colocó en el imaginario colectivo: la IA no es una nube mágica e invisible: ocupa mucho espacio, necesita cantidades ingentes de energía y de agua para alimentar y enfriar los data centers, y sí, tiene muchos riesgos, como las armas de fuego o la bomba atómica, tecnologías con las que convivimos desde hace tiempo.Desde una cafetería en el barrio de Tijuca de Río de Janeiro, y tras los últimos coletazos del carnaval, esta abogada, investigadora y educadora popular de voz afable y serena, dice que le incomoda un poco la retórica del fin del mundo asociada a la IA, pero al mismo tiempo no da muchas señales para el optimismo: no niega la preocupación que supone la concentración del enorme poder de la IA en un puñado de big techs de un par de países, o una regulación que siempre parece llegar atrasada y obsoleta. También lamenta que la revolución de la IA acabe generando una suerte de neocolonialismo digital, donde las grandes empresas del norte extraen las materias primas del sur. Cita el caso, por ejemplo, de la desinformación en las redes sociales que incentiva la minería ilegal en la Amazonía, una minería que extrae oro que va a parar a las mismas empresas dueñas de esas plataformas, y con el que posiblemente fabricarán su nuevo y más potente próximo dispositivo.“Si continúas encargándote de traer a la cadena de la IA los suministros básicos, como el agua o los minerales, es un colonialismo de otra forma… continuamos ofreciendo los elementos más básicos porque no desarrollamos tecnología, no somos los dueños de la tecnología”, dice. Así pues, ¿qué papel le toca a Brasil y a Latinoamérica en este nuevo mundo en transformación si quiere ser algo más que un espectador? Moreira cree que, para Brasil, una alternativa puede llegar vía BRICS, donde países como China e India sí tienen el expertise y los recursos que le faltan al país tropical. Pero disminuir la dependencia de las empresas estadounidenses quizá signifique dialogar sobre regulación con países que no tienen la libertad de expresión o los derechos humanos exactamente como prioridades. Es un dilema que Moreira deja para la clase política: “El juego geopolítico mundial implica asumir ese riesgo dentro de todo lo que se ofrece en la mesa”.Mientras unos y otros deciden cómo salvaguardar su soberanía digital en un mundo que cambia a la velocidad de la luz, Moreira no pierde de vista la amenaza de las nuevas tecnologías al perpetuar discriminaciones históricas. Con la excusa de reforzar la seguridad pública, Brasil vive un boom de herramientas de reconocimiento facial y vigilancia tecnológica (ya son 351 proyectos y casi 82 millones de personas potencialmente vigiladas, según datos de O Panóptico). Activistas como Moreira, que coordinó la campaña Tire seu rosto da sua mira, lo consideran no sólo un ataque al derecho a la privacidad, sino una “continuación del racismo científico”, por los constantes errores de identificación que afectan sobre todo a personas negras.Como contrapunto a un futuro quizá distópico, Moreira dice querer concentrarse en lo pequeño, en lo que de verdad integra la vida de las personas y que (al menos de momento) no puede ser monetizado o convertido en datos. Habla de la tecnología ancestral: “¿Sabes hacer que un niño pare de llorar? Eso es tecnología de punta para mucha gente, sin la cual nadie vive (…) El capitalismo puede colapsar de muchas formas, pero la microeconomía del cuidado es continua”, asegura convencida.Otro de sus caballos de batalla es acabar con la idea cartesiana y tan arraigada en Occidente que opone ciencia a religión. Practicante de umbanda, una religión afrobrasileña con origen en Río de Janeiro, Moreira confía en el afrofuturismo y en las posibilidades de la ciencia de los pueblos no blancos, que han resistido y perdurado fuera del sistema: “Existe y es muy eficaz, pero está codificada de otra forma”. Por ejemplo, las ofrendas que los devotos de las religiones de matriz africana realizan a Oxum, la orixá del agua dulce, la vanidad y la fertilidad, protectora de las embarazadas. Las gestantes le suelen ofrecer (y también cocinan y comen) un tipo de alubias muy ricas en ácido fólico, lo que ayuda a que muchos embarazos lleguen a buen puerto desde tiempos inmemoriales: “Quizá no está codificado de la forma occidental, pero ahí existe una ciencia muy viva”, dice sonriendo.

Horrara Moreira, una abogada frente a los sesgos de la tecnología: “La revolución de la IA puede generar una suerte de neocolonialismo digital” | Lideresas de Latinoamérica
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