La filósofa Hannah Arendt, que siempre defendió la distinción entre cuestiones públicas y privadas, escribió que el amor es algo que muere cuando es expuesto. Irónicamente, su relación con el también filósofo Martin Heidegger, quien fue su profesor en la universidad de Marburgo, dio lugar, décadas después del fallecimiento de ambos, a muchas habladurías, a varios ensayos y hasta a la publicación de su correspondencia más íntima. El suyo fue uno de los romances más sorprendentes y excepcionales del siglo XX, una anomalía que permite a otros filósofos, a lectores y a curiosos asomarse tanto a las contradicciones del amor como a su potencia para acercar individuos con ideas muy enfrentadas. Arendt era judía, Heidegger fue nazi y, sin embargo, a pesar de las diferencias y las circunstancias adversas, la compleja relación entre ambos se desarrolló en un contexto de intensa relación intelectual y personal casi ininterrumpidamente durante 50 años.Lo que últimamente está sucediendo en First Dates cuando el programa pone a cenar a personas con ideologías opuestas es algo muy distinto: allí el deseo nunca se sobrepone. Entre otras cosas porque, como indica el sociólogo y politólogo José Miguel Rojo, cada vez más “el propio deseo se construye también desde la percepción de ciertos rasgos de personalidad, entre ellos los valores políticos”. En su primer número de 2025, la Revista Española de Sociología publicó un artículo en el que Rojo demuestra con datos que la polarización tiene consecuencias sobre las relaciones cotidianas, y una de las formas de distanciamiento social por razones políticas más habituales es la que se produce en la elección de pareja. Más informaciónEl fenómeno va en aumento y es que, tal y como explica Rojo, investigador de la Universidad de Murcia, la polarización funciona como un círculo vicioso: “La creciente distancia emocional entre los partidarios de unos grupos políticos respecto a los rivales fomenta la discriminación hacia los miembros del exogrupo [cualquier otro grupo del que la persona no se siente parte]promueve relaciones de homofilia [contacto solo con quienes poseen atributos similares] y aísla a las personas en una suerte de cámara de eco offline”. Dicho de otra manera: nos estamos alejando de quienes no opinan, votan o se comportan como nosotros y eso condiciona las amistades y los enamoramientos. Y, por ello, más allá de First Dates, escasean las citas entre personas que se perciben de derechas y las que se perciben de izquierdas.Lo que últimamente sucede en ‘First Dates’ cuando el programa pone a cenar a personas con ideologías opuestas es que el deseo se sobrepone. Pero, más allá del programa, escasean las citas entre personas que se perciben de derechas y de izquierdas. Imagen de ‘First Dates’.CuatroUna estrecha relación entre identidad personal e identidad políticaLa polarización de un individuo es como la carga eléctrica de una partícula. Si el uno o la otra están aislados, ni se distingue ni es fácil de medir, pero en cuanto se acercan a otro cuerpo, la atracción o la repulsión resultan inmediatas. Ahora que los resultados son explícitos —la mayor tasa de “desagrado” ante una relación de pareja se da de los votantes de Unidas Podemos hacia los de Vox, según la II encuesta nacional de polarización política de la universidad de Murcia—, cabe preguntarse si lo que ocurre es que algunos mitos sobre el amor han perdido fuerza o, más bien, es el terreno de lo político el que se ha desplazado y ha pasado a formar parte de la identidad personal. Rojo cree que ha sucedido lo segundo: “En una sociedad de tintes bipartidistas y centrípetos como la española en los años ochenta y noventa, la identidad política tenía menos implicaciones personales. Ahora la política dice mucho más de las personas (su forma de ser, su visión de la vida) que hace unas décadas”. Además, el sociólogo insiste en que esta altísima conexión entre identidad política, identidad social e identidad personal, “hace que se incremente la necesidad de mostrar las propias preferencias políticas como forma de presentarse al mundo”. Así que, desde muy pronto, las ideas políticas de dos personas que se encuentran (reveladas antes de cualquier encuentro por sus perfiles en redes sociales) intervienen en la forma y la duración de sus relaciones.La conexión entre identidad política, identidad social e identidad personal, “hace que se incremente la necesidad de mostrar las propias preferencias políticas como forma de presentarse al mundo”, explica el politólogo José Miguel Rojo.Juan Moyano (Getty Images)No obstante, la homogamia —la tendencia a buscar parejas con hábitos parecidos y de nivel educativo, cultural o socioeconómico similar— siempre se ha observado. A pesar de tantos relatos hollywoodienses en los que el amor supera cualquier obstáculo o prejuicio, en nuestros días las relaciones románticas siguen determinadas por cuestiones de clase o estatus, como expone Sally Rooney en sus novelas. “La realidad social es bien distinta a Downton Abbey, y no es tan fácil que el cochero se pueda casar con una dama”, resume Rojo. Ahora que la “homogamia partidista” introduce un nuevo sesgo, es difícil saber hasta qué punto se trata de una vuelta de tuerca más a la clásica “homogamia socioeconómica” o estos procesos funcionan cada uno por su lado: ¿Las personas que votan lo mismo se juntan porque votan lo mismo o porque ya estaban ocupando los mismos espacios? Aunque no existen estudios españoles sobre esta cuestión, es algo que en otros países se ha investigado y, según parece, el voto pesa más a la hora de emparejarse que los hábitos o el entorno: “La selección indirecta vía características socioestructurales tiene un efecto débil y cabe apoyar la hipótesis de que la gente elige directamente parejas con preferencias políticas similares”, explica Rojo citando un trabajo de Ansgar Hudde, su colega alemán.“La realidad social es bien distinta a ‘Downton Abbey’, y no es tan fácil que el cochero se pueda casar con una dama”, afirma el sociólogo y politólogo José Miguel Rojo.Universal Pictures (ZUMAPRESS.com / Cordon Press)Marta Hernández, periodista y máster en análisis políticos, también ha analizado en sus textos el fenómeno de la polarización y defiende que, si bien el contexto actual ha destapado el peso que siempre tuvo la ideología a la hora de elegir pareja, los procesos de deconstrucción del amor romántico también están ayudando a entenderlo. “Eso no significa que ahora la sociedad sea más radical, sino más consciente de la condición humana y del peso de la política en el día a día, más allá de izquierdas, derechas, institucionalismos o partidos políticos”. Adelantándose a quienes dirán “que rechazar a alguien por cuestiones políticas es absurdo o de intolerantes”, Hernández recuerda que “una idea o posición política es una forma de entender el mundo”. Entonces, ¿la convivencia entre personas de ideologías opuestas sería imposible? “Se reduce la política al hecho de ser de izquierdas o ser de derechas, y basándose en eso se dice que rechazar a alguien por cuestiones políticas es demasiado, lo que no deja de ser una exposición muy simplista. Creo que dos personas con la misma ideología que voten partidos distintos pueden convivir sin mayor problema, pero me parecería muy complicada la convivencia entre dos personas de ideología opuesta. Elegir una pareja conlleva elegir modos de vida que sí o sí se ven atravesados por la ideología”, responde la experta. ¿Y si no hablamos de algo a largo plazo, sino de un encuentro fortuito? Entonces la cosa no está tan clara y es que, como indica Hernández: “El deseo es algo con mucha potencia inicial, pero con muy poco recorrido a medio y largo plazo. A la hora de elegir un amante, quizá la preferencia política o ideológica no pese tanto”.La prueba de que vivimos un momento delicadoMe casé con un comunista (1998) es una novela de Philip Roth ambientada durante los años de la “caza de brujas” en Estados Unidos. En ella, la esposa de un presunto comunista denuncia que la ideología de su marido arruinó su matrimonio. Eve —nombre de la protagonista— incluso acude a la televisión a quejarse de que “habían sido muy felices hasta que el comunismo traidor apareció”. Por supuesto, estas escenas del libro de Roth parodian ciertos discursos difundidos durante los años cincuenta en Occidente que presentaban el comunismo como un peligroso virus que se podía contraer de un día para otro y estropear todos los vínculos del supuesto enfermo. En plena Guerra Fría, aquel fue un momento histórico de gran tensión, y el miedo siempre produce polarización política (y, de paso, afectiva). Un ejemplo mucho más reciente y amable es el del tema Mi Novia Es de Derechas, lanzado por el grupo de rap Los Chikos del Maíz en 2008, poco después de estallar la crisis económica. Su estribillo dice: “Qué le voy a hacer si mi novia es de derechas” y contiene versos como “Ella cree en la libre empresa, en la mano invisible / Yo creo en nacionalizar la banca lo antes posible”. La canción habla de unos personajes con ideologías políticas y trayectorias educativas y culturales muy distintas, entre los que, no obstante, las cosas funcionan a nivel romántico y sexual. Es preocupante que un argumento así, a la vista de los datos expuestos por Rojo, resulte hoy más inverosímil que en 2008. “El distanciamiento o discriminación social por razones políticas me parece una evidencia durísima del momento político que vivimos”, lamenta el sociólogo. “Cuando hablo con amigos o conocidos sobre este tema suelo constatar dos cosas: que la identidad partidista se ha convertido en España en una forma clara de identidad social íntimamente arraigada y que la política es hoy un elemento de segregación social”. Otra de las conclusiones más llamativas del estudio es la de que los votantes de izquierdas rehúsan más intensamente las relaciones sociales con los votantes de partidos de derechas que a la inversa. Hernández, periodista y politóloga, se atreve a dar una explicación: “Creo que los votantes de izquierdas tienen una ideología en la que los derechos humanos, la tolerancia y el respeto hacia el otro tiene más peso que para un votante de derechas. La izquierda, en términos históricos, apoya el compromiso social. Por tanto, no creo que el hecho de que las personas de derechas no tengan tanto problema en emparejarse con alguien de izquierdas como sí lo tienen las personas de izquierdas a la hora de vincularse con alguien de derechas sea una cuestión de tolerancia por parte de la derecha, sino de ausencia de compromiso social”, expone.Aunque antes de hablar de preferencias partidistas o de intención de voto se podría discutir sobre si la misma idea de pareja monógama es una construcción política opresiva, es evidente que cualquier debate sobre amor y política es hoy más intenso que hace pocos años. Y es que, tal y como concluye Rojo, “el amor se ha convertido en el campo político mínimo en el que luchar por los valores que queremos que operen en el mundo”.

Dime a quién votas y te diré a quién amas: cómo la polarización política se ha convertido en polarización afectiva | Estilo de vida
Shares: