[Esta pieza es una versión de uno de los envíos de la newsletter semanal de Tendencias de EL PAÍS, que sale todos los martes. Si quieres apuntarte, puede hacerlo a través de este enlace].Los humanos nos consideramos los reyes de la creación, en un candoroso ejercicio de chauvinismo de especie que ninguna otra especie puede ejercitar. Un naturalista argumentaría que en realidad el rey es el león, y una naturalista le matizaría que en realidad es la leona, que es la única que hace algo útil en ese matrimonio. Gil Grissom, el protagonista de CSI Las Vegas, apostaría por los insectos, y los guionistas de la serie The Last of Us señalaron los hongos. Todos tienen parte de razón, pero no han profundizado lo bastante. Los reyes de la creación son los virus.Esto es duro de aceptar, sobre todo porque asociamos los virus a algunas de las enfermedades más dañinas que nos afligen, como el sida y la covid-19. Pero los virus patógenos para los humanos son una minúscula fracción de los que existen. A la inmensa mayoría de los virus les importamos un pimiento. Casi todos se dedican a infectar bacterias (son los virus bacteriófagos, o fagos para abreviar), lo que de hecho es una prometedora vía de investigación para tratar las enfermedades infecciosas en estos tiempos de resistencia a los antibióticos convencionales.Ni siquiera sabemos aún cuántas especies de virus hay en el planeta. Basta sacar un cubo de agua del mar y secuenciar todo el ADN que salga de allí para descubrir nuevas especies a docenas. Hay diez virus por cada bacteria.Craig Venter, el cerebro de la parte privada del proyecto genoma humano, se ha dedicado muchos años a ese deporte. Como el descubrimiento de nuevas especies de virus no da signo de saturación, es posible que haya decenas o cientos de millones de especies de estos asombrosos agentes biológicos.Si tú fueras un rascacielos, una célula de tu piel mediría lo que una pelota de ping-pong, una bacteria tendría medio milímetro de largo y un virus sería como una mota de polvo, o como una de esas partículas contaminantes que emiten los tubos de escape.Los virus también son las estrellas de uno de los debates más filosóficos de la biología: ¿qué es la vida? Si definimos un ser vivo como un agente autónomo, las bacterias y los humanos somos seres vivos, pero los virus no lo son. Un virus no puede reproducirse si no infecta a una célula, sea una bacteria o una neurona. Carece de los complejos mecanismos necesarios para gestionar la energía, fabricar sus componentes y replicar su material genético, que implican a cientos o miles de genes del huésped. Un virus solo tiene unos pocos genes —los retrovirus solo tienen tres—, solo que esa mínima información es extraordinariamente hábil para secuestrar las maquinarias celulares y ponerlas a su servicio. Entonces, ¿están vivos o no? ¿Y qué fue primero en la evolución, los virus o las bacterias?Los biólogos no se acaban de poner de acuerdo sobre estas cuestiones, pero el debate se va a enriquecer con un descubrimiento notable que acabamos de conocer. Te presento a un nuevo microbio llamado, de manera aparatosa, Sukunaarchaeum. Lo de Sukuna viene de una deidad japonesa, y lo de archaeum quiere decir que es un miembro de las arqueas, que son aparentemente similares a las bacterias, aunque difieren profundamente en su lógica interna. Muchas arqueas prosperan en condiciones extremas de temperatura o salinidad que nadie más es capaz de soportar.Al igual que ocurre con las especies descubiertas por Venter sacando un cubo de agua del mar, solo conocemos a Sukunaarchaeum por su genoma. Como miembro de las arqueas, pocos expertos dudarán de que son seres vivos. No se puede decir que sean autónomos, sin embargo: solo tienen 189 genes, un récord de parquedad informativa, y casi todos están obsesivamente dedicados a replicar su propio genoma, lo que recuerda mucho a los virus. Y, también como ellos, depende para su ciclo vital del huésped al que infecta, un dinoflagelado (un tipo de protista unicelular) llamado Citharistes regius, común en todos los océanos.El trabajo está pendiente de revisión por pares, pero algunos científicos dicen ya que Sukunaarchaeum difumina la frontera entre los virus y la vida celular. Carece de genes para el metabolismo, la cocina de la célula, y, por tanto, no puede alimentarse de energía ni fabricar sus propios componentes. Depende para todo ello de su huésped. A los autores del descubrimiento les da la impresión de que Sukunaarchaeum es un microbio a medio camino de convertirse en un virus.Si están en lo cierto, Sukunaarchaeum resolvería la versión molecular del enigma del huevo y la gallina: ¿fueron primero los virus o las células? El nuevo microbio parece indicar que los virus no precedieron a las células, sino que evolucionaron a partir de ellas. Al ritmo de descubrimiento de nuevos microbios en los océanos, sin embargo, es seguro que seguiremos debatiendo esta cuestión durante mucho, mucho tiempo. Nos vemos la semana que viene.Tendencias es un proyecto de EL PAÍS, con el que el diario aspira a abrir una conversación permanente sobre los grandes retos de futuro que afronta nuestra sociedad. 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